Tenía una vida vacía, llena de nada. Había andado mucho, sus pies estaban ya
cansados; tanto, que no caminaban, se arrastraban.
Pero sus ojos seguían siendo niños, verdes, brillantes,
llenos de vida y de ilusión.
Mirarle de frente era encontrar un desconcertante contraste:
el cansancio y el dolor de todo el tiempo perdido en tierras extrañas contra la
ilusión de llegar a encontrar su meta, su casa, un hogar para su alma ya
cansada.
Cuando algo está vacío, es fácil que penetre cualquier cosa.
Cuando es de noche, cualquier luz puede parecernos la luna, o incluso el
comienzo de un amanecer. Y eso fue lo que le sucedió.
Encontró en la luz de una sonrisa el deseo de volver a amar.
Disfrutó observando en la distancia, hasta que milagrosamente esa luz se acercó
a él. No lo podía creer.
—
¿Cómo alguien tan brillante puede pararse a
pensar en mí? — se dijo.
Cierto, no lo podía creer, seguía sin poder creerlo, y aún así
decidió darse la posibilidad de descubrir qué podía pasar.
Lo que sucedió fue que charlando con la luz se sintió como
si ese fuese su estado natural; las sonrisas brotaban solas, las miradas
bastaban para entenderse, entre palabra y palabra las bromas hacían de las
suyas...
Y llegó la noche, la luz se fue... pero dejó su corazón
iluminado para siempre.
Con el tiempo comprendió que esa luz iba iluminando y
prendiendo pequeñas llamas, miles de llamas, muchas igual que la suya, pero no
le importó. Su llama era especial, no le molestó que su luz se alejase en la
distancia para no volver jamás. Lo que esa luz debió hacer en su vida, "prender la
llama que iluminaría los próximos años", ya estaba hecho; lo importante es que dejó
de sentirse cómodo en su oscuro vacío y de sentir miedo de construir un mañana
diferente.
Roberto Kamé. © 2013
(Imagen tomada de internet, de autor desconocido)
ES COMO EN LA VIDA MISMA .....PRECIOSOOOOOOOOOOOO
ResponderEliminarGracias. Se lo comentaré a Roberto; se alegrará. Un abrazo.
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