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martes, 6 de mayo de 2025

Esa estrella

 ´

Le amó, hasta la misma entraña. Era un amor puro y con madurez; volvió a notar la primavera en su alma, las enredaderas cubriendo de verde esperanza su corazón, saborear un beso apasionado y lleno de ternezas, sin prisas, un beso valiente y desnudo de miedos.
Le amó.
Se amó.
Estaba preparada para comenzar, para un nuevo viaje, pero no en una nave sin rumbo, tampoco en una que anda visitando todos los puertos...
Quizás lo suyo no es navegar, en especial si el capitán no sabe de cielos ni de estrellas.
¿Por qué no emprender el vuelo?
Estaba dispuesta a viajar, pero no a cualquier precio ni junto a quien no sabía guiarse por la estrella polar.  
 
 
©Inma Flores
 
 
 
Imagen tomada de internet, autor desconocido.
 

Vivir...

 

 
 
 
Llega oscura la hora en la que llueve tu risa
y se adentra, despacio, a través de mi oído.
 
Silencio, quiero silencio, apaciguar las voces,
sentir el vacío que acaricia tu ausencia
mientras mi vientre retuerce los restos
de tu latido imperfecto; un tictac mudo
que escandaliza el eterno minuto
en el que decido acallar la mudez del abandono.

 
Ya nada es, nada fue, nada recuerdo…
 
Vivir es hoy, sin un mañana que aguarde
al otro lado del mar, aunque bajo un mismo cielo.
 
Vivir es hoy, bajo esta lluvia infernal,
catarata de agonía que opaca la cueva
donde mi voz se hizo invisible, jugando a ocultarse
para que no la oigas, pensando que tal vez,
-sólo tal vez-, no la escuches meciéndose en el viento,
jugando a querer balancearse en este resto de luna
que un día soñó iluminar nuestro cielo; no éste de hoy,
amenazando, como frías ascuas, teñir de gris la madrugada.
 
Vivir es hoy.
Sin el lastre cargado de lo absurdo, vivir es hoy,
desde el cielo azul de este Atlántico, sin sorpresas, sin sombras,
vivir es hoy.
 
© Inma Flores 
 
 

 Imagen tomada de internet, autor desconocido.

domingo, 4 de junio de 2023

Sin rumbo

 

(Imagen tomada de internet - autor desconocido)

 

 

Hoy llevo el ala herida, ya de muerte,

volando en cielo azul preñado en rojo

un rojo de dolor y de amargura

un rojo de tristezas invisibles.

 

Hoy llevo el ala herida, dulce amor

que nunca fuiste, vida inconclusa,

verdad que debió ser hablada, sí,

ser ondeada cual bandera en su asta.

 

Asta preñada de dolor que anuncia

muerte; muerta ilusión, promete lluvia

de sal y de vacíos, desengaños.

La gema que brilló fue solo piedra.

 

En ambos quedó el luto, triste vida,

una mala elección sesgó la paz.

Lo entiendo, lo comprendo y lo acepto;

ya la próxima vez elige bien.

 

Anidaste en el alma, vino el fuego;

presumiste poder algo mejor

sin que nunca mirases en el pecho

y es así cómo el limbo te atrapó.

 

Hoy llevo el ala herida, y en picado

parece que me estrello contra el suelo,

pero me vuelvo pez, sirena rubia,

de un mar donde ya nunca nadarás.

 

 

© Inma Flores 29.1.2023

jueves, 1 de agosto de 2013

Un día de playa.



No hay nada como tomarse un día libre. Sí, un día libre de todo lo habitual, de todo lo cotidiano, de todo lo que cada día pasa por tu vida, por tu cabeza, por tu corazón...

No fue una decisión tomada con tiempo. A veces, las circunstancias nos obligan a actuar o dejarnos enredar en la monotonía y la desidia.

Era un sábado cualquiera.  Tenía intención de pasarlo con mi pareja, como era habitual, dando un repaso a la casa, salir a almorzar o tomar algo ligero, disfrutar de una siesta de sábado en la tarde... Pero la circunstancias quisieron que los planes cambiasen, pues se rompió su coche y decidió pasar la mañana en el taller.

A eso de las diez le llamé con la intención de comprar unas entradas para el cine, pero me dijo que estaba cansado, que pasaría toda la tarde en casa haciendo "tumbing".  Su respuesta no me dejó muy satisfecha. Necesitaba un fin de semana lleno de energía, de vivencias... Había tenido una semana muy dura y necesitaba desconectar.

Sin pensarlo, me puse el bikini, tomé mi bronceador, mi toalla favorita —era enorme y multicolor—, una pequeña nevera de playa con unas bebidas, algo de hielo... y las llaves de mi deportivo.

Casi sin darme cuenta me encontraba de camino al sur, a disfrutar una maravillosa mañana en la playa.

Cuando llegué me costó un poco encontrar aparcamiento, pues en esta época de verano, ya se sabe, todo el mundo quiere disfrutar de lo bueno, el Océano Atlántico, su maravilloso sabor, y el dorado sol que acaricia tu piel, despacio... sin demasiadas prisas... llegando a “arañar” su superficie con sus rayos si no tomas las precauciones adecuadas.

Oculté la tristeza de mis ojos por tener que pasar ese día a solas —pues tenía muchas cosas que contar a mi amor— tras unas enormes gafas de sol. Subí  el techo de mi descapotable, cerré el vehículo y me dirigí a la arena. La playa, como cualquier día de verano, estaba repleta de gente, familias completas, pandillas de amigos, parejas... y entre tanta gente me sentía más sola aún.

Una lágrima comenzó a recorrer mi mejilla. El sentir cómo me cosquilleaba el alma me hizo sonreir. Nadie merecía una lágrima, al menos por el empeño de ahorrar unos euros en un día de descanso y dejar sola a quien tanto le había acompañado en los días más mustios.

Casi sin darme cuenta ya estaba con los pies metidos en el agua. Notaba como las olas que iban llegando a la orilla acariciaban mis dedos, mis tobillos... me refrescaban enormemente. Decidí que no llevaba demasiado peso encima  y me iría hacia el otro extremo de la playa, donde se intuía más tranquilidad.

La playa a la que me refiero se encuentra al sur de la isla de Gran Canaria; tiene una extensión de aproximadamente 4 kilómetros, que me vendrían muy bien recorrer.

Seguí de frente, caminando y disfrutando de cómo el sol acariciaba mi rostro y el mar mis pies.

Cuando había recorrido la mitad del trayecto ya tropecé con menos gente en la orilla —pues la mayoría prefiere estar al comienzo de la playa, donde están los chiringuitos y la mayoría de las hamacas— por lo que decidí parar  un instante a quitarme la ropa.  Me quedé en bikini y me puse algo de bronceador en mi espalda, mis muslos, mi rostro... A los pocos minutos seguí mi camino, toda cubierta del dorado aceite.

A los pocos metros comencé a ver a los primeros “guiris” en cueros; me estaba acercando a la zona nudista, y debía traspasarla para llegar al Faro de Maspalomas.  Estaba acostumbrada desde niña a hacer ese trayecto, y realmente no me llamaba la atención si la gente tenía sus partes íntimas cubiertas o no. Hoy me sentía diferente, era un día especial para mi... Nunca había tomado el sol desnuda. ¿Por qué no probar?

 

La pregunta hacía una especie de eco en mi cabeza...
— “¿Por qué no probar?” —me preguntaba una y otra vez—.


Este año había decidido hacer cosas nuevas, salir de la monotonía, seguir mi vida... Llevaba demasiado tiempo siendo “sombra” y quería tomar mis propias decisiones. El vivir junto a alguien que tiene otras metas y ante las que tú cedes continuamente te va minando por dentro y sentía que ya  era hora de ir soltando lastres... ¿Y por qué no soltar éste y cumplir ese deseo que siempre tuve?

Sí, un deseo minado en miedos, dudas, y sobre todo por la timidez y el pudor que podría sentir si me encontrase con alguien conocido... cosa que podría ser muy probable. Sólo al pensar en enfrentarme, desnuda, a un cliente, un compañero de trabajo, un amigo de la infancia... sólo de pensarlo... hacía que me sonrojase como una granada.

 

Entre duda y duda, deseo y más dudas... me dirigí hacia las dunas. Había poca gente. Era cerca del mediodía y el sol pegaba fuerte... Busqué hueco tras una duna, abrí mi sombrilla, extendí mi toalla —mi gran toalla multicolor— y me senté sobre ella.

Tras observar que las pocas personas que había alrededor comprobé que se trataban de un par de parejas de extranjeros, solamente, por lo que decidí comenzar a ponerme bronceador por todo el cuerpo, nuevamente. Tras colocar el bolso y  resto de los  bártulos, me quité la parte superior del bañador... y ya puestos... la inferior.

Sentí como el fuego me inundaba, y no me refiero al calor del sol, sino a la timidez que se apoderó de mi, inundándome, y que intentaba salir por cada poro de mi piel. Respiré despacio y profundo. Miré hacia el infinito. “¿Por qué no disfrutar de esta nueva sensación?” —me pregunté—.

Era extraño sentir como la brisa acariciaba todo mi cuerpo a través de la piel, sí, todo... Pronto mis pezones comenzaron a erizarse... ¿o llevaban ya rato así? No lo sé... sólo me di cuenta de ello cuando pasé mis manos, acariciándolos levemente, mientras los impregnaba de bronceador.

     ¡¡Uhmm!! Me encanta este olor — pensé, intentando distraer mis miedos.

Al instante ya estaba acariciando mis muslos, cerca, cerca, muy cerquita del jardín de los deseos...

     ¿También debo impregnar el Monte de Venus de este blanquecino y lechoso mejunje que escurre entre mis dedos?— me pregunté, divertida, mientras hacía lo propio.

Escabulléndome de tanta  timidez, continuaba mirando a mi alrededor: una pareja de jóvenes enamorados. Cuatro extranjeros de aproximadamente 60 años, bronceados  por cada milímetro de su piel... Una pareja de novios del mismo sexo... No creo que ninguno de ellos estuviese pendiente de mí. Seguro que ni se habían percatado de mi presencia.

Seguí acariciando mi cuerpo mientras lo cubría de bronceador...auto-masajeándome como pude. Una vez acabé, me tendí boca abajo y me dispuse a escuchar algo de música...
https://www.youtube.com/watch?v=l4dSZD3YQ_M

 
(Imagen de autor desconocido, tomada de internet)
 

No había pasado más de media hora cuando un joven se acercó a mí y me abordó:

     Buenos días, ¿me puede decir qué hora es? — preguntó con descaro, mientras no paraba de observar, de reojo, mis senos.

Menudo cara dura. La gente así me pone de mal humor... Pensándolo bien, tiene unos hermosos ojos... Casi me puedo ver reflejada en ellos.

     Disculpa si no contesto a tu pregunta,  pero no llevo reloj. Debe ser ya cerca de la una — contesté con cierto cinismo, eso sí, con una esplendida sonrisa, intentando esconder tras ella la vergüenza que estaba sintiendo en ese instante.

     ¿Eres de por aquí? —preguntó— Estoy de vacaciones; he venido solo. Tenía comprado los pasajes para venir con un amigo,  pero se puso enfermo y no quise perder los billetes. ¿Conoces la zona? No sabía que era una playa nudista y de repente me he visto...—comentó más sonrojado que yo, y con el rostro blanco como un DINA4—

 

 

En ese instante decidí apartar la vista de su mirada... mala decisión, pues mis pupilas se fueron directas a su tienda de campaña...

     Bonito bañador —comenté, sonrojada como un tomate muy, muy maduro— Veo que es nuevo... marca XTG... lo has comprando  aquí, ¿no? Es una empresa isleña.

     Sí —contestó sonrojado, como si se le hubiese contagiado el color de mi rostro— ¿Me permites que te acompañe? Es duro estar solo.

“Uhmm... duro... duro... lo que se dice duro... sí... bien duro...”—pensé mientras recordaba lo que insinuaba su entrepierna— ¡Y yo aquí, en pelota pura!... No pude nunca imaginar una imagen más ridícula. No sé si reír o directamente llorar... ¡Qué vergüenza! Pero bueno... él no me conoce... no sabe si soy habitual... Mejor me tranquilizo e intento comportarme con naturalidad.

     La toalla es amplia, si quieres la podemos compartir. La sombrilla es lo suficiente grande como para darnos cobijo a los dos —le comenté mirando directamente a  sus ojos... pues no quería aventurarme a volver a mirar a esa zona prohibida, a pesar de que la curiosidad aún me invadía.

     ¡Gracias!— aceptó,  con una maravillosa sonrisa y dejando entrever sus enfilados y blanqueados dientes, que hicieron que sintiese como que  algo se arrugaba, se comprimía, en mitad de mi estómago.

Colocó su mochila junto al palo de la sombrilla, se quitó las sandalias... y ¡¡Glubb!! Se quitó también su bañador.

     Dios... NO QUIERO MIRAR... —pensé...Pero mis ojos sí...mis ojos se aventuraron, como dos niños juguetones, a mirar el gran tesoro que se escondía bajo ese bóxer azul.

     Es mi primera vez — comentó sonrojado—, pero veo que todos estáis desnudos, con lo que si me quedo con el bañador llamaré la atención.

     ¡¡Oh... Dios...!! ¿Y si me ve alguien conocido? No puede ser... ¡Qué vergüenza!— pensaba a la vez que  me “escondía” bajo mis gafas de sol.

Me volví a colocar —nuevamente—  boca abajo, pensando que él haría lo mismo, y así podría evitar, o al menos aliviar... mis libinidosos pensamientos.

 

Cuando menos me lo esperaba sentí sus manos acariciando mi espalda.

     Perdona mi atrevimiento, tienes la piel muy roja, y no quiero que te quemes — comentó, mientras sentía como mis senos se empitonaban y se clavaban aún más en la dorada arena, casi traspasando la multicolor toalla...

     “¿Y cómo voy ahora a darme la vuelta?”— pensé, sonrojada— ¡Gracias! Ahora te pondré yo a ti el bronceador— pronuncié, mirándole a los ojos,  mientras yo misma me sorprendía ante mis palabras.

Lo normal sería sentirme incómoda, pero aquella situación me estaba gustando... ¡qué digo gustado! Estaba excitadísima...  No podía dejar de observar que por momentos su miembro parecía aumentar de tamaño...

Como pude, me senté  de nuevo y comencé a extender el bronceador en su espalda... en sus piernas... en sus endurecidas nalgas.

     ¿Qué deporte practicas?— pregunté con curiosidad—

     Suelo jugar al fútbol, hacer algo de ciclismo y nadar— Contestó. Nunca me pesó tanto la flacidez de mi cuerpo, que había ido “descolocándose” con el tiempo... Pero ahora no era el momento de lamentos... Ahí tenía ese cuerpo de Adonis, junto a mí... acariciado por mis manos... mis dedos deseando juguetear entre su bello cuerpo... su vello...

Casi sin darme cuenta se dio la vuelta. Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que sin apenas haberme percatado tenía su torso frente a mí. Comencé a llenarle de aquel dorado bronceador, y cómo no... a extenderlo con suavidad, intentado que penetrase... —“¿penetrase?”— en los poros de su piel...

Sentía como el calor y la humedad se apoderaban de todo mi cuerpo, eran una especie de flatos fuera de hora... Respiraba lentamente, dejando que el aire entrase en lo más profundo de mi ser y me colmase... me llenase... De hecho, llevaba demasiado tiempo vacía...

Continué con sus fuertes y musculados muslos... ya casi llegaba a sus pies, hermosos, varoniles...

De pronto, se incorporó y tomó mi mano derecha, llevándola directamente a su ingle:

     Por aquí no me has puesto bronceador, y me puedo quemar — me dijo haciendo un guiño.

En ese instante, creí morirme... Bueno, no... mejor dejar el morirme para más tarde... Esta situación me excita...No quiero pensar... Es el momento de disfrutar...

     ¿Y si alguien nos hace una foto? — pensé, nuevamente, aterrorizada. No... no puede ser... Estamos lejos, nos rodean extranjeros... es un sábado al mediodía, y quizás esto no está sucediendo salvo en mi imaginación... Mientras pensaba todas estas cosas mis manos iban acariciando su bajo vientre, el comienzo de sus muslos... su torso fornido... Volvió a tomar mi mano y esta vez la llevó directamente a su miembro viril... Faltaban manos... sobraba miembro... ¡¡Qué digo!! No sé lo que digo... ni lo que hago... ¡pero me gusta!

 
Casi al instante estábamos frente a frente, sobre la colorida y sudada toalla... bajo la gran  sombrilla que cubría nuestros cuerpos, haciendo que el dorado sol no pudiera quemarlo, abrasarlo... disolverlo como pura mantequilla...



—¡¡Madre mía!! ¡¡¡Cómo me está sabiendo este beso!!! Creo que nunca antes me habían besado así, con tanto deseo... Si casi me toca la campanilla con la punta de su lengua... uff... su lengua, la punta... mi boca... Mejor no pensar...— Me dije, abandonándome a mis deseos carnales.

 

Brazos sobre hombros, piernas abrazando un fornido cuerpo... boca llena... cuerpo desbordado e inundado en todo su ser...

Así fue como, tras el "forcejeo" comenzamos a danzar... a movernos al compás de la musicalidad de nuestros gemidos, que en un principio habíamos intentando contener... pero que  pronto, tras perder la noción del tiempo, del lugar donde estábamos, de si nos pudieran observar o no... dejamos brotar libremente, permitiendo a su vez que el eco lo llevase más allá del mar...

Cuando acabamos,  casi compartimos un mismo suspiro, y no pudimos evitar lanzarnos al abismo de nuestras miradas...

     Señorita... no sé qué es lo que me ha pasado... Este lugar, este paradisiaco lugar está, de alguna forma “embrujado” y no pude contener la pasión, la emoción ni los deseos que me han inundado de forma inesperada. Siento... — Comentaba ruborizado.

     Creo que... sobran las palabras. Hoy no debí estar aquí. No sé ni cómo ni el  porqué de lo ocurrido. Quizás... simplemente... ambos teníamos una necesidad por cubrir. No creo que nos volvamos a ver jamás. Tú volverás a tu casa. Yo regresaré a la mía... Quizás con el tiempo dudemos si realmente este encuentro sucedió o no— Le comenté mientras me moría de vergüenza y a la vez de satisfacción. Hacía años que no disfrutaba de un “polvo” tan brutal... ni tan placentero (del que no he entrado en más detalles debido a mi pudor).

Allí nos abrazamos hasta que llegó la tarde. Nos besamos el cuello jugando a ser gaviotas picoteando la golosina que le alimentaba... Ya, con la luna comenzando a saludar desde el horizonte, nos despedimos.

 

Todo eso sucedió hace unos días. Hoy... ordenando mi bolso de playa, me encontré una tarjeta en un bolsillo lateral:

     Si te has encontrado esta tarjeta, es un tesoro...¡mi corazón! Llámame. Sólo lo compartiré con quien me llegue al alma. Tú la has tocado con tus dedos de Luna.

Roberto. ***696969

 

 

 

Irene Bulio © 31 de julio de 2013

jueves, 10 de enero de 2013

Sí... tú...


(Imagen tomada de internet, autor desconocido)



Primer capítulo:
 
Apuró su paso tras bajarse del tren.  Quiso dejar atrás todos sus recuerdos. Sólo le acompañaba una pequeña maleta negra.
Tras atravesar la estación a toda prisa, llegó a la parada de taxis. Ansiosa esperó su turno.
—Buenos días, al centro de la ciudad, a la calle Buenos Aires — dijo con una voz rotunda, sabiendo que en aquel instante ya no había vuelta atrás, se iba a producir un antes y un después.
— Buenas tardes, ¿trae equipaje? — preguntó el taxista.
— No, no lo necesitaré — contestó con seguridad.
Tras llegar a la ciudad, en unos escasos minutos se hallaban cerca del destino.
— ¿A qué altura de la calle se va a apear, señora?
—En el número 67, a la altura del Hotel Carrión — contestó mientras cubría de carmín sus sensuales labios.
Al llegar a la altura del número citado, miró el taxímetro, marcaba 12,50 €. Abrió su pequeño bolso y extrajo un billete de 20 € de su cartera. Mientras abría la puerta del vehículo dijo al conductor:
—Puede quedarse con la vuelta, gracias.
—¡Oh, señora! Gracias a usted.
En su mano derecha sostenía con fuerzas el maletín, mientras entraba en la recepción, con paso fuerte y el corazón en un puño.
<< ¿Me estaré equivocando?>> —se preguntaba. Esa era su gran duda. Una parte de sí misma quería volver atrás corriendo, no haber tomado esa decisión, en cambio la otra, la más valiente y arriesgada, deseaba seguir.
—Buenos días, tengo reservada la habitación 555 — dijo con gran nerviosismo, pero intentado aparentar normalidad.
—¿La señora Gutiérrez? Permítame su D.N.I., por favor— solicitó el recepcionista.
—Aquí lo tiene — contestó más nerviosa aún.
—¿Me puede rellenar esta pequeña ficha e indicar su número de teléfono?
—Disculpe, he llegado un poco mareada, ¿qué le parece si relleno los datos esta tarde? — preguntó inquieta, al no querer dar sus datos personales, en especial el teléfono. No sabía qué rumbo iba a tomar su vida tras ese día, y una llamada inadecuada podía perjudicarla.
— De acuerdo, firme aquí y ya tiene la llave de su habitación.
—¡Gracias! — contestó con una leve sonrisa, mirando fijamente al joven recepcionista a los ojos.
En cuanto llegó a su habitación, lo primero que hizo fue observar las maravillosas vistas al parque. Corrió las cortinas y unos tenues rayos de sol invernales se apresuraron a iluminar la habitación.  Dejó la maleta en el sillón que estaba junto a la gran cama, cubierta con un precioso edredón dorado y con un cabezal de igual color, que parecía propia de la realeza.
Se dirigió al cuarto de baño y se quedó encantada con la gran bañera que había en su interior. Volvió a la habitación y cuidadosamente se desprendió de su chaqueta, colocándola delicadamente en una percha, dentro del armario.
Se tomó unos instantes para relajarse y pensar si realmente deseaba estar allí y no. Levantó la mirada, se vio frente al espejo, y tras sonreírse a sí misma, asintió con la cabeza. Ya era hora de dejar atrás una vida que no le pertenecía, un amor que nunca la valoró, un trabajo mediocre y sin satisfacciones, además de todas esas amigas, solas, singles, aburridas, llenas de recuerdos y sin futuro.
Con coquetería abrió su blusa, dejando entrever el sujetador de encajes color hueso. Disfrutaba con la mirada clavada en el espejo, mientras se desvestía. Se imaginaba que alguien la estaba observando tras el cristal, y sonreía con coquetería. Colocó la blusa y el sujetador sobre el sillón. Ahora llegó el turno de la falda ceñida a su cintura; abrió delicadamente la cremallera y se la quitó como si fuese una “streapteaser”. Cuando llegó el momento de quitar sus bragas, estas estaban ya húmedas… Mordió  su labio superior, cerró sus ojos  y,  se imaginó una boca devorando su cuello.
Al instante fue consciente de que aún tenía puesto sus enormes tacones, esos que tanto le gustaban porque le hacían contonear sus caderas con mucha coquetería. Se los quitó y se dirigió descalza hasta el cuarto de baño.
Llenó la bañera de agua tibia y mucha espuma, mientras en su mente iba imaginando el encuentro con el que llevaba tiempo soñando.  Se introdujo dentro del agua, cerró los ojos y…
 

(Imagen tomada de internet, autor desconocido)





 Segundo capítulo:
 
No sabía cuánto tiempo había pasado, quizás sólo 10 ó 15 minutos, pero había conseguido relajarse. Aquél gel con aroma a rosas la había transportado a su juventud, apenas 16 añitos, cuando alguien -quizás el chico más tímido de la clase-,  le dejó una perfumada rosa roja sobre su mesa, junto a un poema escrito en una especie de pergamino (un folio coloreado y quemado  por sus bordes) con tinta china, que según recuerda decía algo así:
 
  Te amo desde que te vi por primera vez.

  No sé cómo olvidar tu cálida mirada
  ni tus carnosos labios que ansío probar.
  No sé, amor, como no pensar en ti,
   cada día, a cada instante, con cada suspiro.
  No sé, no sé, no sé…
  Pues me paso el día soñando con tu boca,
  recreándome en tu recuerdo,
  soñando tenerte en mis brazos,
  y tú siquiera me has visto, ni sabes quién soy.
  El menos que tú imaginas es quien más te ama.
  Algún día, estoy seguro, sonreirás junto a mi pecho.
   
Nunca supo quien fue,  aunque imaginaba que Carlos, un joven alto, lleno de granos y un vozarrón que la hacía reír por su rudeza, era el autor de semejante mensaje; a pesar de su aspecto rudo, le intuía una persona muy sensible.
  
¿Qué habrá sido de él? Había continuado el contacto con algunos de sus compañeros de clase de entonces, pero de este joven no sabía nada desde hace años.
 De repente el sonido de su móvil la trae de vuelta a la realidad. El sonido es muy tenue, pues aún está en su maleta. Sabe que no llegará a tiempo de coger la llamada; no le importa.
  Nota como la piel de sus manos se ha arrugado un poco y decide salir ya del agua. Se pone de pie y aún en la bañera se ve reflejada en el espejo que está justo en frente; se sonríe, se siente feliz. Sabe que llegó el momento de un punto y final, o quizás, un punto y aparte, pero que es ella quien lo va a decidir.
  Deposita con delicadeza su pié derecho sobre la alfombra y comienza a secar su piel lentamente, recreándose en cada pequeña superficie, mientras tararea “Hotel California” (http://www.youtube.com/watch?v=jIPu92RddRA). Una vez que se ha secado comienza a hidratar su piel con una olorosa crema hidratante, ¿se imaginan el aroma, no?, a la vez que tararea:
  — Well come to the hotel “Carrion”…
  Hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz. Se sentía como una adolescente el día de su primer baile de instituto.
Una vez que había terminado de  masajear y acariciar su escultural cuerpo, se dirige al dormitorio; allí abre la maleta negra que dejó depositada sobre el sillón mientras su mirada se dirige a una bolsita rosa, desde la que saca un minúsculo tanga color burdeos.
  Se sienta sobre la cama y comienza a introducirlo por sus piernas, mientras continúa tatareando la misma canción y pensando en quién será el desconocido con el que ha quedado en aquel hotel. De repente recuerda la llamada telefónica. Termina de colocar la minúscula prenda al final de sus largas piernas y se dirige nuevamente a la maleta para coger su teléfono móvil y ver quién la había llamado.
  Con el aparato en la mano, comprueba que no tiene ninguna llamada perdida. De repente sonríe de forma picarona:
 
— Ha sido “él”; me ha llamado al número que sólo utilizo para nuestras charlas. ¡Cómo no me di cuenta! Le dejé el mismo sonido para que nadie sospechase si se me quedaba alguna vez encendido, y esta vez he sido yo la que ha “picado” — pensó.
 
Depositó el teléfono en el cajón de la mesilla de noche y tomó el sujetador en las manos. Se lo colocó ávidamente, e instantes después, frente al espejo, recolocó sus senos, con los pezones apuntando directos, al frente, “empitonados”, deseosos de la llegada de ese amante desconocido.
  —  “Bip” — sonó la llegada de un mensaje.
  Esta vez no tenía dudas, se acercó de nuevo al sofá y tomó el pequeño teléfono que estaba escondido en un lateral. Lo abrió con ansiedad y fue a mirar el mensaje que acababa de entrar:
  <<Ya estoy en la recepción. ¿Quieres que suba ya? ¿Espero a la hora acordada? ¿Acaso no te has atrevido a venir?>>
  Miró al frente y sonrió. Aún estaba a tiempo. Pero no, no deseaba volver atrás, a su monótona vida. Sabía que esa tarde iba a marcar un antes y un después en su vida.
  <<Te espero. A la hora acordada. La  copia de la llave la puedes pedir en recepción. Habitación 555, sr. Gutiérrez>> Esa fue su contestación.
  Se dirige de nuevo al cuarto de baño y seca su dorada cabellera. No se esmera demasiado, pues le gusta llevar el pelo muy libre…
  De repente, sus piernas temblaban. Le quedaban apenas 15 minutos para salir corriendo o decidir qué hacer y cómo  pues no sabía aún con quien había quedado, quien era ese desconocido del que se había hecho amigo hacía ya más de un año a través de una red social.
 
Todas las noches conectaban a la misma hora, se contaban cómo les había ido el día, compartían gustos musicales, por lo que era normal que ambos estuviesen escuchando la misma canción a la vez, e incluso se dedicaban poemas, unas veces de autores conocidos, como Bécquer o Neruda, otras de algunos escritores nóveles, como Frank Spoiler o Miren E. Palacios, u otros. Era el momento más esperado del día, por fin había encontrado alguien a quien le importase su vida, con quien compartir las emociones que le inundaban el alma.
  Hacía ya años que su esposo “yacía” en el sofá. Llegaba tarde y cansado; a veces del trabajo y llegaba con apetito, cenaba pronto y tras las noticias, acompañaba a las películas de la tele con su ronquido infernal; otras llegaba del bar, en el que había estado tomando unas copas con los amigos, pero oficialmente era “del trabajo”, y llegaba “sin hambre”. Ella se enojaba cuando había estado esperando por él,  con la mesa puesta y  llegaba tarde  de “su oficina”,  como le solía decir con retintín.
  De repente sus piernas temblaban al unísono…
  —Algo he de hacer, no quiero que me vea el rostro. Nunca se sabe quién puede ser, si le conozco o no… Si su rostro es agradable o no… Sólo le he visto el alma… Bueno, siendo realistas, la parte de su personalidad que me ha querido mostrar, pero nunca se sabe quién puede esconderse tras un perfil del facebook —pensó.
  No era el momento de echarse atrás. Había llegado demasiado lejos. Algo se me tiene que ocurrir… Lo mejor es que no nos veamos.
  Rápidamente tomó una silla y desenroscó las bombillas de la lámpara del techo y la de la mesa de noche de la entrada. En la que quedó a la izquierda, colocó un pañuelo traslúcido, casualmente también con tonos dorados, que traía cubriendo su cuello. Cerró las cortinas y comprobó que la estancia estaba casi a oscuras, sólo se veían reflejos y sombras.
  Tomó su perfume favorito, pulverizó un poco en su nuca, a su espalda, a la altura de su ombligo y en sus muñecas, sólo unas gotas en cada lugar, pues a pesar de que la fragancia era muy suave, no quería que el aroma resultase desagradable.
  Ya está metida en la cama cuando escucha en la puerta un leve “toc, toc”. De repente siente unas enormes ganas de ir al cuarto de baño.
  — No, ahora no es el momento— se dijo, aterrorizada.
  De repente tatareó “Well come to the hotel  Carrión…“, y sonrió pensando en todas esas charlas compartidas, y el deseo que tenían ambos desde hace mucho tiempo de verse, tocarse, sentirse… Era algo compartido, era algo que ambos sabían que un día u otro iba a suceder.
 
 
 
  (Imagen tomada de internet, autor desconocido)
Tercer capítulo:
 
 
En el pasillo de la quinta planta del hotel Carrión un hombre, de unos cuarenta y pocos años, titubea ante la puerta 55. Tiene una tarjeta que le permitirá abrir la puerta que se encuentra ante sí en su mano. Mueve el rostro de un lado a otro, como quien dice que “no” a algo.
  —  No puede ser ella. Es imposible, han pasado demasiados años. Sería un milagro — dijo para sí.
  Se dio la vuelta y pulsó el botón del ascensor. Su corazón latía con tanta fuerza que parecía que se trataba de una manada de caballos desbocados. Abrió su cartera y miró la foto que se encontraba en su interior, era una muchacha con una preciosa trenza. La foto estaba muy gastada, tanto por los años, como por las veces que la había recorrido con la mirada, preguntándose dónde podría estar, en brazos de quién, si era feliz… hasta hace algo más de un año, que la reconoció en un comentario que hizo a una amiga en común.
  Él era una persona muy tímida, le costaba hacer amigos en su vida privada. Sí, sólo en su vida privada, pues en la vida pública era una persona bastante conocida.  Desde su juventud fue bastante ambicioso, deseaba tener su propia empresa, no estar “gobernado” por nadie, y no sólo soñaba con eso, sino con poder disfrutar esa libertad junto a su gran amor, esa chiquilla tan extrovertida que le traía de cabeza. Era una chica que siempre andaba rodeada de amigos, sonreía con mucha frecuencia, tenía éxito en los estudios… alguien a quien él amaba en secreto, pero nunca se decidió a confesar su amor.
  —Bueno, no es tan cierto. Una vez me atreví, le regalé una rosa y uno de los poemas que le había escrito. Estaba tan feliz, que no me atreví a decirle que era yo, el largucho y feucho de la clase. Todos se hubiesen burlado y ella habría perdido esa sonrisa tan especial — pensó, mientras llegaba el ascensor
—.Si he podido tener éxito en mi vida profesional, ¿por qué no en el amor?  Llevamos un año compartiendo pensamientos, ilusiones, sueños… deseándonos las buenas noches… ¿por qué no…?...Dios mío… ¿por qué no?
  Respiró profundamente, hasta que notó que su estómago tapaba las puntas de sus zapatos…
  Tras armarse de valor dio media vuelta y sacó nuevamente la tarjeta del bolsillo, mientras se dirigía a la puerta número 55.
  Notaba como sus piernas volvían a temblar, pero esta vez, era su corazón quien mandaba, no su miedo.
  Como pudo abrió la puerta. La habitación estaba en penumbra. Aún seguía sintiendo ganas de salir corriendo; temía que fuese una broma.
  — ¿Y si ella sabía quién se escondía tras el  perfil de “Juan Sin Nombre” y  me estaba gastando una broma? ¿Y si no es ella y ha enviado a alguien en su lugar? ¿Y si a pesar de los mensajes, aún está a kilómetros de distancia? — Cientos de preguntas se agolpaban en su mente, pero él ya estaba decidido.
  Nada más entrar, aspiró el delicioso aroma a rosas, y se tranquilizó. Sabía que a ella siempre le encantó ese aroma. No podía ser otra. No era una broma. Pero…
  ¿Dónde se habrá metido? — se preguntó mientras intentaba dar con el interruptor para encender la luz.
 
— No te molestes, no quiero que aún me veas — Se escuchó desde el fondo de la habitación.
 
— ¿Dónde estás? Eres muy traviesa… ¿por qué no quieres que te vea? — preguntó con una curiosidad casi infantil.
 
— Siento mucha vergüenza. Es la primera vez en mi vida que hago algo así. Aún ni me lo creo, parece que no me sucede a mí,…— contestó la joven con timidez.
 
— No te preocupes —contestó “Juan Sin Nombre”— no harás nada que no desees.
 
Seguidamente cerró la puerta y se dirigió hacia donde había escuchado la voz. Sus pupilas comenzaron a dilatarse y ya podía visualizar la silueta de ella, tapada hasta los hombros con  una sábana. Se sentó en un lateral y la saludó:
 
— Hola, ¿qué tal estás?— Por unos instantes el silencio le pareció eterno.
 
—  Bien, ¿Y tú?... Bueno, para ser sincera, algo nerviosa — contestó con voz pausada, y a la vez una ligera timidez.
—Yo también estoy nervioso. No pensé que fueses a venir. Después de planearlo, primero en broma y al final con una ilusión tremenda, pensé que todo había sido un sueño de mi imaginación, y que tal vez tú…—comentaba, mientras intentaba encontrar su mirada en la penumbra de aquella habitación.
 
— Yo… también soñaba con ello. Todo lo que te he comentado ha sido en serio. Espero que tú también, que tú también hayas sido honesto conmigo…Me lo he jugado todo por conocerte.
 
—Igual has jugado… y ganado. No siempre se pierde. Espero que a mi lado te puedas sentir ganadora — comentó con cierta alegría en su voz—. ¿Puedo tocar tu mano…? —dijo tímidamente.
  Ella extendió su mano derecha hacia él, que la tomó entre las suyas, la acarició por un instante y la llevó ante sus labios, comenzando a besarla.
  El escalofrío que recorrió el cuerpo de la joven hizo que volviese a sentir ganas de salir corriendo, huyendo de las sensaciones que estaba comenzando a sentir y que en su memoria se hallaban ya demasiado lejanas. Hacía años que no disfrutaba haciendo “el amor” con su marido, pues en el fondo había llegado a ser casi una obligación. No quería pensar en él… Ahora era su momento. 

De pronto sintió como los besos se iban extendiendo por la parte interior de su brazo, lentamente… a la vez que escuchaba como la respiración de su desconocido amante se aceleraba a la vez que la suya propia. Sin apenas darse cuenta ya estaba besando sus hombros…

 

— Esto es mucho más hermoso de lo que esperaba— pensó el joven, que mientras continuaba besando el cuello de su amor de adolescencia intentaba desprenderse de su ropa—
  Pronto calló  su chaqueta al suelo, acompañada de la corbata instantes después… Los zapatos ya no recordaba ni donde habían caído…
  Sintió como los brazos de ella se aferraban a su cuello, a la vez que comenzaba a  sentir sus carnosos labios en su frente.
 
— Eres tal y como te imaginé: alto, fuerte, cariñoso… Me gustas muchísimo. Esto es una locura… —Mientras una parte de sí la boicoteaba. Nunca había hecho nada inapropiado. Era una señora de los pies a la cabeza… y una infeliz de la cabeza a los pies.
  Sin darse cuenta ya estaba mordisqueando la barbilla de aquel desconocido. Comenzó a desabrochar los botones de su camisa… Allí estaba su mullido pecho, tal y como le gustaba, con algo de bello, donde poder apoyar la cabeza. Esto la excitó aún más, y comenzó a buscar su boca, que se hallaba deleitándose un poco más debajo de sus hombros…
  La profundidad que sintió en aquella boca la hizo desbocarse. Su lengua se volvió serpentina, no paraba de girar, moverse de un lado a otro en aquella húmeda cavidad, mientras era correspondida por la de él. Parecían dos serpientes enredadas, donde ninguna estaba dispuesta a soltar a la otra.  En un instante, casi sin darse cuenta, comenzó a mordisquear sus labios, mientras su respiración se volvía gemidos. Poco a poco se iban enredando, cuerpo a cuerpo… La camisa ya estaba lejos, no sabía dónde había caído.
  Sus manos, como alegres mariposas, posaron sobre su cinturón. Él encogió su vientre para facilitar que lo pudiese abrir en un santiamén. No recordaba estar tan excitado desde hacía mucho tiempo. Una vez sintió que tenía el pantalón desabrochado, se puso de pié y se lo quitó, casi sin pestañear.
  Se sintió en calzoncillos y calcetines, se sintió algo ridículo por un instante, y se alegró de estar en la penumbra. Se quitó los calcetines y se metió en la cama, sólo con unos slips que encarcelaban su miembro.
  Ella estaba agitada, sudorosa… Terminó por retirar la sábana y fundirse junto a su amor secreto en un abrazo. Él la atrapó entre sus fuertes manos, dio un giro y de pronto ella se quedó sobre él, sobre un volcán a punto de erupcionar…
 
 

 
(Imagen tomada de internet, autor desconocido)

 

Cuarto capítulo:

 

 

 

Dos corazones a punto de salir del pecho que los contenía, dos almas a punto de conectar… ¿Era esta la primera vez que estaban juntas? Parecía imposible que en un primer encuentro se pudiese sentir con tanta profundidad, desear a la otra persona “hasta el infinito”, tal como estaba sucediendo, sin que nada más importase, sin ser el de ser feliz y hacer feliz al alma que estaba al lado.
Ambos seguían comiéndose a besos, mejor dicho, devorándose mutuamente…
Él acariciaba su espalda, lo que en un principio fue dulzura, ahora casi parecía brusquedad, debido  a la pasión que estaba sintiendo. De pronto notó como ella introducía sus dedos dentro de su ropa interior,  permitiendo que su eréctil miembro saliese de aquella cárcel de algodón.
 
—¡Uy!, ¡Vaya sorpresa más agradable! —dijo la mujer mientras acariciaba aquel miembro, y notaba que estaba a punto de estallar. Se movió hacia un lateral y comenzó a darle pequeños besos en el glande.
Pronto ya era su lengua la que lamía con devoción la cabeza que acababa de emerger de aquel escondrijo.
Él  no paraba de gemir, estaba a punto de alcanzar el climax, pero sabía que en ese instante se la estaba jugando… Era un momento decisivo también para él. Si no la hacía disfrutar podría ser su primera y última vez.  A pesar de desear con todas sus fuerzas correrse en su boca, la tomó por las mejillas, y  comenzó a besarla de nuevo; primero sus labios, luego su cuello… rozando su leve barba por su pecho… hasta llegar a sus pezones, donde se distrajo durante un buen rato.
  Recordó aquellos versos de Neruda, que tanto disfrutó en su juventud:
 
 
<< Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
 
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
 
¡Ah los vasos del pecho! ¡Ah los ojos de ausencia!
 
¡Ah las rosas del pubis! ¡Ah tu voz lenta y triste! >>
 
Él, cada noche los repetía, siempre soñando con ella, siempre imaginando que un día tendría esos pechos a su alcance. Ahora era el momento, y por supuesto, no podía fallar…
El recuerdo avivó mucho más su pasión, devorando sus pezones como una pantera negra. Eran tal cual los había imaginado, grandes y duros, sabrosos y juguetones…

Ella no paraba de gemir y retorcerse de placer. Continuó comiéndose su piel a besos, bajando lentamente, a la vez que con pasión, por uno de sus costados. Al paso de la lengua del joven por su piel, más se retorcía, parecía que llegaba al clímax una y otra vez, su piel se erizaba cada dos por tres, y no podía parar de jadear…

Él tomó sus muslos entre sus fuertes manos, los acarició hasta llegar a la rodilla y los entreabrió, lentamente, no sin observar una pequeña resistencia por parte de ella…
 
 
—Si quieres, podemos parar aquí. Podemos hablar, acariciarnos… no hace falta seguir si no lo deseas —comentó “Juan Sin Nombre”.
 
—Por favor… sigue… — consiguió gemir ella.

     — Si no lo deseas ahora, habrá otro momento.
    — No, el momento es hoy… ahora… te deseo ahora… — contestó la mujer con rotundidad— Te deseo en mis entrañas…
Las piernas ya estaban abiertas y él se apresuró a acariciar con el interior de su boca aquel pubis sediento de amor, sediento de placer… sediento de sexo.
 
 
A él no sólo le estaba gustando su sabor, sino también su olor… el olor de sus entrañas — tal y como ella nombró—. Durante muchas noches, en soledad, había imaginado esa escena. Lo que nunca imaginó fue lo erecto que iba a encontrar su clítoris; comenzó a juguetear con él, suavemente…
  — Por favor, te necesito ya…— dijo ella entre fuertes gemidos de placer.
Él se incorporó, la abrazó, comenzó a acariciar sus cabellos con un dedo, a la vez que buscaba su mirada en la penumbra… y casi  en un suspiro, la penetró, mientras  ella iba acomodando sus caderas a las de él.
Al instante siguiente ambos trotaban hacia un cielo más placentero…
Gimiendo, gimiendo… y al orgasmo llegando…, como si de la melodía de una canción se tratase, como si estuviesen sobre una mecedora, en el mismo cielo...
Instantes después ambos sintieron cierta vergüenza por si alguien les había visto, les había escuchado…, pero este sentimiento sólo duró unos segundos, pues desde que se miraron a los ojos su meta fue el placer de la persona que que tenían a su lado.
Cuando acabaron, se fundieron en un abrazo tan fuerte que parecía que ambos corazones habían encontrado el mismo compás. 
Él tomó la sábana y la cubrió, despacio, a la vez que la acariciaba. Volvió a abrazarla y ambos quedaron dormidos, extasiados, bajo una cobertura de algodón e impregnados de la pasión que acababan de vivir.
Unas horas más tarde él despierta y se ve solo en la cama:
  — ¿Qué ocurre? ¿Estará en el cuarto de baño? — pensó.
Intentó encender la luz. No pudo.  En la penumbra se acercó a la puerta del baño, la abrió, pero allí sólo encontró unas toallas revueltas. Se sintió solo, desnudo…y más triste que nunca. La tuvo junto a las yemas de sus dedos… pero su amor no logró atravesar su corazón.
Una enorme melancolía se enfundó sobre su alma; una lágrima a punto de escapar, que fue abordada por un dedo inquieto y tembloroso.
  —¡Bip! — era el sonido de un mensaje que acababa de llegar a su móvil: <<Gracias, amor. Me has dado la mayor felicidad en muchos años. Estoy segura de que nos volveremos a ver pronto. Necesito digerir esto que me está pasando. Siento que te conozco… y a la vez me muero de miedo.>>
Una sonrisa se dibujó en su rostro, la felicidad quitó toda sombra de tristeza. Sí, había conseguido arañar un poco su corazoncito. Estaba seguro de que algún día, aquel corazón de niña adolescente sería suyo, u esta vez latiendo como el de una mujer enamorada.
 
   
Nota del autor: No es que me olvidase del nombre de ella, es que ella… puedes ser tú misma.
          O tal vez tu amada, “Juan Sin Nombre”, si eres tú quien me lee.


© Irene Bulio