miércoles, 21 de agosto de 2013

Tarde de lluvia.

 

 

 

Lluvia tras los cristales. Calor; mucho calor…
 

Mi cuerpo se encuentra sudoroso tras un agotador día de trabajo. Esta tormenta de verano me relaja. El tintineo que producen las gotas al caer sobre el techo del patio, cada vez más rápidas, cada vez más ávidas, cada vez más veloces…traen recuerdos a mi imaginación.

Parece que fue ayer cuando sucedió.

 


Era una fría y otoñal mañana de domingo. Había viajado a la capital de España; algo inusual en mí, que no me gusta abandonar mis islas doradas.

También llovía. Allí era algo habitual, aunque no para mí, por lo que me dirigí a la cafetería del hotel, portátil en mano, dispuesta a disfrutar de un buen rato “ensimismada” entre mis cosas. De hecho, hacía mucho tiempo que no me tomaba unas horas para pulular entre los recuerdos.

Cuando se acercó el camarero, pedí un buen café bien cargado. A los pocos minutos llegó con una humeante y maravillosa taza de café recién hecho. Durante un rato disfruté de su aroma. Nunca me han gustado las bebidas demasiado calientes… prefiero no tentar la suerte de quemar mi boca.

Cuando más centrada estaba en mis correos, intentado borrar los que no eran interesantes y guardar lo que sí, anotando en mi agenda los cursos y reuniones a los que debía asistir, se acercó a mí alguien con paso firme, seguro de sí; un paso que me era conocido, pero no me decidí a alzar la mirada, ¿quién iba a estar por allí ahora? Me había tomado unos días libres; asistiría a una conferencia de Emilio Duró al día siguiente, y no había quedado con nadie… por lo cual, era absurdo perder el tiempo levantando la mirada.



—¡Hola Irene!, ¿qué tal estás? —asombrada, escucho tras de mí.

Me giro, y allí estaba él. ¿Cómo olvidarle? Sí, aún recuerdo su paso firme, su sonrisa profident, su maravillosa forma de mirar…

—¡Hola Benjamín! ¿Qué tal estás?— le pregunto mientras beso su mejilla. ¡¡Uhmm!! Y su perfume, cómo olvidar aquél maravilloso perfume, el olor a una madrugada llena de besos y pasión…

Sonrojada, le invité a sentarse a mi mesa, aunque realmente no hizo falta, pues rápidamente había tirado del respaldo de la silla que estaba a su lado y ya casi estaba sentado.

Esa mañana compartimos muchísimas anécdotas, tanto de las que compartimos años atrás, como las que cada una había vivido por su cuenta.

No paraba de llover.

Allí mismo, tras unas horas de risas y confidencias, tomamos el almuerzo, algo típico de Madrid, en plan picoteo, eso sí, regado con buen vino y mejor compañía.

En la sobremesa, no pudo faltar el café, un cigarrillo y un Martini. Aún recordaba que me gustaba disfrutar de los sorbos de un buen Martini. No importaba que estuviésemos en otoño y lloviese, porque aún así no había demasiado frío, y mi Martini me sentaba bien en cualquier estación.

A media tarde ya Morfeo nos insinuaba que era hora de echar una cabezadita.

—¿Dónde te estás quedando?— preguntó.

— En el hotel de ahí al lado, contesté.

— ¡Qué interesante! Pues yo me hospedo en casa de mi hermana, al otro lado de la ciudad. Un par de paradas de metro y llego enseguida — comentó, mientras hacía un guiño—

— ¿Y te vas a ir ahora?— pregunté— ¿No te apetece pasar un rato más conversando?

— Sí, claro, pero esta noche tengo pensado ir al teatro y quiero ir descansado, para disfrutar bien del espectáculo. Si llego bostezando… me da que no me enteraré de nada.

— Si quieres puedes echar la siesta en mi hotel — le comenté, y hasta yo misma me sorprendí por el comentario ¿será que el Martini estaba haciendo su efecto?

— Estupendo, puedo echar una cabezadita. Si quieres me puedes acompañar al Teatro. Será fácil conseguir otra entrada en la butaca de al lado, pues la compré hace apenas unas horas. Espera que lo confirmo.

En ese instante me tomó el portátil, sin pedirme permiso, y buscó una página donde comprar otra entrada.

— ¡Misión conseguida! — Exclamó. Acto seguido nos dirigimos al hotel.

Ya en la habitación, me dispuse a entrar al cuarto de baño. A pesar de que en la calle llovía, no hacía demasiado frío. Estaba mojada, así que opté por pegarme una ducha y quedarme bien fresquita. Casi sin pensarlo dos veces me despojé de la ropa que llevaba encima y me dispuse a entrar en la ducha.

A los pocos minutos escucho:

— Irene… ¿estás ahí? ¿puedo pasar?

¡Dios, había olvidado que Benjamín estaba fuera…! Por un instante pensé que estaba sola. Dirigí mi mirada hacia la puerta, con la intención de pedirle que esperase unos instantes… Ya era tarde, la manecilla se movía, y tras el lateral de la puerta aparecía un rostro conocido, con una sonrisa que me volvía loca…

Me miró… y acto seguido comenzó a desnudarse. No fui capaz de articular palabra alguna. Me di la vuelta, no quise mirar, y me centré en cómo caía el agua desde la alcachofa.

 
 





A los pocos instantes le sentí detrás de mí; escuché su respiración y… apenas me lo podía creer: ¡¡CANTABA!! Se había puesto a cantar bajo la ducha…

No pude aguantar la carcajada… ¿qué se había creído, un Frank Sinatra cualquiera?

Entre las risas que inundaban el ambiente y el agua tibia que recorría nuestros cuerpos, el ambiente se fue calentando… y comenzamos a abrazarnos, a besarnos… a sentir cómo nuestros cuerpos se deseaban cada vez más.

Casi sin darme cuenta estábamos sobre la cama, devorándonos como dos lobos hambrientos de experiencias nuevas, de recuerdos cercanos, de deseos aún por consumir…

¿Cómo acabó esa tarde? ¿Llegamos a ir al teatro…? Aún me sonrojo al recordarlo…

En ese instante suena el timbre, y doy un brinco.

— ¡Menudo susto! — pensé. Me dirigí a la puerta rápidamente, sólo cubierta por una bata roja y mucha curiosidad.



Medio minuto más tarde:

— ¡Benjamín! ¿qué haces aquí?— pregunté entre sorprendida y divertida.

— ¡Me trajo la lluvia! Creo que aún tenemos algo por acabar…

Me pongo más roja aún… entre tanta lluvia y tanta pasión, las cosquillas y la risa al escuchar lo mal que cantaba… hizo que no pudiese parar de reí… ¡Adiós pasión, bienvenidas las carcajadas!



Y esta vez… ¿seré capaz de encontrar alguna excusa? Quizás, llegue el momento de degustar lo prohibido. Si es sabroso o no… quedará pendiente para otro capítulo.


Irene Bulio. © 20.08.2013
(Imágenes tomadas de internet, de autor desconocido)





2 comentarios:

  1. Ayyy una historia excelente para un día de lluvioso...
    Me gustó mucho esta historia, y me encantan los días de lluvia ;)
    Un beso.

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  2. ¡Gracias Kary! La lluvia es lo que trae... pensamientos, recuerdos... sueños... ;) Un besote canarión.

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