No hay nada como tomarse un día
libre. Sí, un día libre de todo lo habitual, de todo lo cotidiano, de todo lo
que cada día pasa por tu vida, por tu cabeza, por tu corazón...
No fue una decisión tomada con
tiempo. A veces, las circunstancias nos obligan a actuar o dejarnos enredar en
la monotonía y la desidia.
Era un sábado cualquiera. Tenía intención de pasarlo con mi pareja,
como era habitual, dando un repaso a la casa, salir a almorzar o tomar algo
ligero, disfrutar de una siesta de sábado en la tarde... Pero la circunstancias
quisieron que los planes cambiasen, pues se rompió su coche y decidió pasar la
mañana en el taller.
A eso de las diez le llamé con la
intención de comprar unas entradas para el cine, pero me dijo que estaba
cansado, que pasaría toda la tarde en casa haciendo "tumbing". Su respuesta no me dejó muy satisfecha.
Necesitaba un fin de semana lleno de energía, de vivencias... Había tenido una
semana muy dura y necesitaba desconectar.
Sin pensarlo, me puse el bikini,
tomé mi bronceador, mi toalla favorita —era enorme y multicolor—, una pequeña
nevera de playa con unas bebidas, algo de hielo... y las llaves de mi deportivo.
Casi sin darme cuenta me
encontraba de camino al sur, a disfrutar una maravillosa mañana en la playa.
Cuando llegué me costó un poco
encontrar aparcamiento, pues en esta época de verano, ya se sabe, todo el mundo
quiere disfrutar de lo bueno, el Océano Atlántico, su maravilloso sabor, y el
dorado sol que acaricia tu piel, despacio... sin demasiadas prisas... llegando a “arañar” su superficie con sus rayos si no tomas las precauciones adecuadas.
Oculté la tristeza de mis ojos
por tener que pasar ese día a solas —pues tenía muchas cosas que contar a mi amor— tras
unas enormes gafas de sol. Subí el techo
de mi descapotable, cerré el vehículo y me dirigí a la arena. La playa, como cualquier día de verano, estaba repleta de
gente, familias completas, pandillas de amigos, parejas... y entre tanta gente
me sentía más sola aún.
Una lágrima comenzó a recorrer
mi mejilla. El sentir cómo me cosquilleaba el alma me hizo sonreir. Nadie merecía
una lágrima, al menos por el empeño de ahorrar unos euros en un día de descanso
y dejar sola a quien tanto le había acompañado en los días más mustios.
Casi sin darme cuenta ya estaba con
los pies metidos en el agua. Notaba como las olas que iban llegando a la orilla
acariciaban mis dedos, mis tobillos... me refrescaban enormemente. Decidí que
no llevaba demasiado peso encima y me iría hacia el otro extremo de la playa, donde se intuía más tranquilidad.
La playa a la que me refiero se encuentra al sur de la isla de Gran Canaria; tiene una extensión de aproximadamente 4
kilómetros, que me vendrían muy bien recorrer.
Seguí de frente, caminando y disfrutando de cómo el sol acariciaba mi rostro y el mar mis pies.
Cuando había recorrido la mitad del trayecto ya tropecé con menos gente en la orilla —pues la mayoría prefiere estar al comienzo de la playa, donde están los chiringuitos y la mayoría de las hamacas— por lo que decidí parar un instante a quitarme la ropa. Me
quedé en bikini y me puse algo de bronceador en mi espalda, mis muslos, mi rostro... A los pocos minutos seguí mi
camino, toda cubierta del dorado aceite.
A los pocos metros comencé a ver a los
primeros “guiris” en cueros; me estaba acercando a la zona nudista, y debía
traspasarla para llegar al Faro de Maspalomas.
Estaba acostumbrada desde niña a hacer ese trayecto, y realmente no me
llamaba la atención si la gente tenía sus partes íntimas cubiertas o no. Hoy me sentía diferente, era un día especial para mi... Nunca había tomado el sol
desnuda. ¿Por qué no probar?
La pregunta hacía una especie de
eco en mi cabeza...
— “¿Por qué no probar?” —me preguntaba una y otra vez—.
Este año había decidido hacer cosas
nuevas, salir de la monotonía, seguir mi vida... Llevaba demasiado tiempo
siendo “sombra” y quería tomar mis propias decisiones. El vivir junto a alguien
que tiene otras metas y ante las que tú cedes continuamente te va minando por dentro y sentía que ya era
hora de ir soltando lastres... ¿Y por qué no soltar éste y cumplir ese deseo
que siempre tuve?
Sí, un deseo minado en miedos,
dudas, y sobre todo por la timidez y el pudor que podría sentir si me encontrase
con alguien conocido... cosa que podría ser muy probable. Sólo al pensar en
enfrentarme, desnuda, a un cliente, un compañero de trabajo, un amigo de la
infancia... sólo de pensarlo... hacía que me sonrojase como una granada.
Entre duda y duda, deseo y más
dudas... me dirigí hacia las dunas. Había poca gente. Era cerca del mediodía y
el sol pegaba fuerte... Busqué hueco tras una duna, abrí mi sombrilla, extendí
mi toalla —mi gran toalla multicolor— y me senté sobre ella.
Tras observar que las pocas
personas que había alrededor comprobé que se trataban de un par de parejas de extranjeros, solamente, por lo que decidí
comenzar a ponerme bronceador por todo el cuerpo, nuevamente. Tras colocar el bolso y resto de los bártulos, me
quité la parte superior del bañador... y ya puestos... la inferior.
Sentí como el fuego me inundaba,
y no me refiero al calor del sol, sino a la timidez que se apoderó de mi, inundándome, y que intentaba
salir por cada poro de mi piel. Respiré despacio y profundo. Miré hacia el
infinito. “¿Por qué no disfrutar de esta nueva sensación?” —me pregunté—.
Era extraño sentir como la brisa
acariciaba todo mi cuerpo a través de la piel, sí, todo... Pronto mis pezones comenzaron a
erizarse... ¿o llevaban ya rato así? No lo sé... sólo me di cuenta de ello
cuando pasé mis manos, acariciándolos levemente, mientras los impregnaba de
bronceador.
— ¡¡Uhmm!!
Me encanta este olor — pensé, intentando distraer mis miedos.
Al instante ya estaba acariciando
mis muslos, cerca, cerca, muy cerquita del jardín de los deseos...
— ¿También
debo impregnar el Monte de Venus de este blanquecino y lechoso mejunje que
escurre entre mis dedos?— me pregunté, divertida, mientras hacía lo propio.
Escabulléndome de tanta timidez, continuaba
mirando a mi alrededor: una pareja de jóvenes enamorados. Cuatro extranjeros de
aproximadamente 60 años, bronceados por
cada milímetro de su piel... Una pareja de novios del mismo sexo... No creo que
ninguno de ellos estuviese pendiente de mí. Seguro que ni se habían percatado de
mi presencia.
Seguí acariciando mi cuerpo mientras lo cubría de bronceador...auto-masajeándome
como pude. Una vez acabé, me tendí boca abajo y me dispuse a escuchar algo de música...
https://www.youtube.com/watch?v=l4dSZD3YQ_M
(Imagen de autor desconocido, tomada de internet)
No había pasado más de media hora
cuando un joven se acercó a mí y me abordó:
— Buenos
días, ¿me puede decir qué hora es? — preguntó con descaro, mientras no paraba
de observar, de reojo, mis senos.
Menudo cara dura. La gente así me
pone de mal humor... Pensándolo bien, tiene unos hermosos ojos... Casi me puedo
ver reflejada en ellos.
— Disculpa
si no contesto a tu pregunta, pero no llevo reloj. Debe ser ya cerca de la una — contesté
con cierto cinismo, eso sí, con una esplendida sonrisa, intentando esconder
tras ella la vergüenza que estaba sintiendo en ese instante.
— ¿Eres
de por aquí? —preguntó— Estoy de vacaciones; he venido solo. Tenía comprado
los pasajes para venir con un amigo, pero se puso enfermo y no quise perder los
billetes. ¿Conoces la zona? No sabía que era una playa nudista y de repente me
he visto...—comentó más sonrojado que yo, y con el rostro blanco como un DINA4—
En ese instante decidí apartar la
vista de su mirada... mala decisión, pues mis pupilas se fueron directas a su
tienda de campaña...
— Bonito
bañador —comenté, sonrojada como un tomate muy, muy maduro— Veo que es nuevo...
marca XTG... lo has comprando aquí, ¿no?
Es una empresa isleña.
— Sí
—contestó sonrojado, como si se le hubiese contagiado el color de mi rostro—
¿Me permites que te acompañe? Es duro estar solo.
“Uhmm... duro... duro... lo que
se dice duro... sí... bien duro...”—pensé mientras recordaba lo que insinuaba
su entrepierna— ¡Y yo aquí, en pelota pura!... No pude nunca imaginar una
imagen más ridícula. No sé si reír o directamente llorar... ¡Qué vergüenza!
Pero bueno... él no me conoce... no sabe si soy habitual... Mejor me
tranquilizo e intento comportarme con naturalidad.
— La
toalla es amplia, si quieres la podemos compartir. La sombrilla es lo
suficiente grande como para darnos cobijo a los dos —le comenté mirando
directamente a sus ojos... pues no quería aventurarme a volver a mirar a esa
zona prohibida, a pesar de que la curiosidad aún me invadía.
— ¡Gracias!—
aceptó, con una maravillosa sonrisa y dejando entrever sus enfilados y
blanqueados dientes, que hicieron que sintiese como que algo se arrugaba, se
comprimía, en mitad de mi estómago.
Colocó su mochila junto al palo de la sombrilla, se quitó las
sandalias... y ¡¡Glubb!! Se quitó también su bañador.
— Dios...
NO QUIERO MIRAR... —pensé...Pero mis ojos sí...mis ojos se aventuraron, como
dos niños juguetones, a mirar el gran tesoro que se escondía bajo ese bóxer azul.
— Es
mi primera vez — comentó sonrojado—, pero veo que todos estáis desnudos, con lo
que si me quedo con el bañador llamaré la atención.
— ¡¡Oh...
Dios...!! ¿Y si me ve alguien conocido? No puede ser... ¡Qué vergüenza!— pensaba a la vez que me “escondía” bajo mis gafas de sol.
Me volví a colocar —nuevamente— boca abajo,
pensando que él haría lo mismo, y así podría evitar, o al menos aliviar... mis
libinidosos pensamientos.
Cuando menos me lo esperaba
sentí sus manos acariciando mi espalda.
— Perdona
mi atrevimiento, tienes la piel muy roja, y no quiero que te quemes — comentó, mientras sentía como mis senos se empitonaban y se clavaban aún más en la dorada arena,
casi traspasando la multicolor toalla...
— “¿Y
cómo voy ahora a darme la vuelta?”— pensé, sonrojada— ¡Gracias! Ahora te pondré yo a ti el
bronceador— pronuncié, mirándole a los ojos, mientras yo misma me sorprendía ante mis palabras.
Lo normal sería sentirme
incómoda, pero aquella situación me estaba gustando... ¡qué digo gustado!
Estaba excitadísima... No podía dejar de
observar que por momentos su miembro parecía aumentar de tamaño...
Como pude, me senté de nuevo y comencé a extender el bronceador en su
espalda... en sus piernas... en sus endurecidas nalgas.
— ¿Qué
deporte practicas?— pregunté con curiosidad—
— Suelo
jugar al fútbol, hacer algo de ciclismo y nadar— Contestó. Nunca me pesó tanto
la flacidez de mi cuerpo, que había ido “descolocándose” con el tiempo... Pero
ahora no era el momento de lamentos... Ahí tenía ese cuerpo de Adonis, junto a
mí... acariciado por mis manos... mis dedos deseando juguetear entre su bello
cuerpo... su vello...
Casi sin darme cuenta se dio la
vuelta. Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que sin apenas haberme percatado tenía
su torso frente a mí. Comencé a llenarle de aquel dorado bronceador, y
cómo no... a extenderlo con suavidad, intentado que penetrase... —“¿penetrase?”—
en los poros de su piel...
Sentía como el calor y la humedad
se apoderaban de todo mi cuerpo, eran una especie de flatos fuera de hora... Respiraba lentamente, dejando que el aire
entrase en lo más profundo de mi ser y me colmase... me llenase... De hecho,
llevaba demasiado tiempo vacía...
Continué con sus fuertes y
musculados muslos... ya casi llegaba a sus pies, hermosos, varoniles...
De pronto, se incorporó y tomó mi
mano derecha, llevándola directamente a su ingle:
— Por
aquí no me has puesto bronceador, y me puedo quemar — me dijo haciendo un
guiño.
En ese instante, creí morirme...
Bueno, no... mejor dejar el morirme para más tarde... Esta situación me
excita...No quiero pensar... Es el momento de disfrutar...
— ¿Y
si alguien nos hace una foto? — pensé, nuevamente, aterrorizada. No... no puede ser... Estamos lejos, nos
rodean extranjeros... es un sábado al mediodía, y quizás esto no está
sucediendo salvo en mi imaginación... Mientras pensaba todas estas cosas mis manos iban
acariciando su bajo vientre, el comienzo de sus muslos... su torso fornido...
Volvió a tomar mi mano y esta vez la llevó directamente a su miembro viril...
Faltaban manos... sobraba miembro... ¡¡Qué digo!! No sé lo que digo... ni lo
que hago... ¡pero me gusta!
Casi al instante estábamos
frente a frente, sobre la colorida y sudada toalla... bajo la gran sombrilla que
cubría nuestros cuerpos, haciendo que el dorado sol no pudiera quemarlo,
abrasarlo... disolverlo como pura mantequilla...
—¡¡Madre
mía!! ¡¡¡Cómo me está sabiendo este beso!!! Creo que nunca antes me habían
besado así, con tanto deseo... Si casi me toca la campanilla con la punta de su
lengua... uff... su lengua, la punta... mi boca... Mejor no pensar...— Me dije,
abandonándome a mis deseos carnales.
Brazos sobre hombros, piernas
abrazando un fornido cuerpo... boca llena... cuerpo desbordado e inundado en
todo su ser...
Así fue como, tras el "forcejeo" comenzamos a danzar... a movernos al compás de la musicalidad de nuestros gemidos, que en un principio habíamos intentando contener... pero que pronto, tras perder la noción del tiempo, del lugar
donde estábamos, de si nos pudieran observar o no... dejamos brotar libremente, permitiendo a su vez que el eco lo llevase más allá del mar...
Cuando acabamos, casi compartimos un mismo suspiro, y no
pudimos evitar lanzarnos al abismo de nuestras miradas...
— Señorita...
no sé qué es lo que me ha pasado... Este lugar, este paradisiaco lugar está, de
alguna forma “embrujado” y no pude contener la pasión, la emoción ni los deseos
que me han inundado de forma inesperada. Siento... — Comentaba ruborizado.
— Creo
que... sobran las palabras. Hoy no debí estar aquí. No sé ni cómo ni el porqué de lo ocurrido. Quizás... simplemente... ambos teníamos una necesidad por cubrir. No
creo que nos volvamos a ver jamás. Tú volverás a tu casa. Yo regresaré a la
mía... Quizás con el tiempo dudemos si realmente este encuentro sucedió o no— Le comenté
mientras me moría de vergüenza y a la vez de satisfacción. Hacía años que no
disfrutaba de un “polvo” tan brutal... ni tan placentero (del que no he entrado
en más detalles debido a mi pudor).
Allí nos abrazamos hasta que
llegó la tarde. Nos besamos el cuello jugando a ser gaviotas picoteando la golosina que
le alimentaba... Ya, con la luna comenzando a saludar desde el horizonte, nos
despedimos.
Todo eso sucedió hace unos días.
Hoy... ordenando mi bolso de playa, me encontré una tarjeta en un bolsillo
lateral:
— Si
te has encontrado esta tarjeta, es un tesoro...¡mi corazón! Llámame. Sólo lo compartiré con
quien me llegue al alma. Tú la has tocado con tus dedos de Luna.
Roberto.
***696969
Irene Bulio © 31
de julio de 2013