Buscó su mirada, como quien atisba un pequeño rayo de luz en
la oscuridad. De pronto, tropezó su sonrisa. Ya todo estaba bien. Podía
respirar.
Se encontraba a salvo de cualquier pensamiento que le
hiriese el alma. Sabía que en aquel silencio existían más certezas que en
cualquier discurso que hubiese escuchado antes.
Sus voces continuaban mudas. No hacían falta palabras. Entrelazaron sus manos a través de los iris, aún
se amaban.
Ya no importaba el pasado; tampoco el mañana.
Irene Bulio © octubre 2015
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