El reto de este mes: «No espero ni pido que alguien crea
en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si
lo esperara, cuando mis sentidos rechazan la propia evidencia. Pero no estoy
loco y sé muy bien que esto no es un sueño» De Edgar Allan Poe, El Gato Negro.
♥.♥.♥.
Acabo
de despertar de la siesta con un sudor frío y el pecho palpitante. No recuerdo
muy bien dónde he estado, quizás en otra época, con otra gente… A pesar de que
mi cuerpo ha permanecido, casi inerte, en mi propia cama, “yo” no he estado
aquí. Se lo contaré a través de mis letras, que es la mejor forma que conozco
de hacerlo.
«No
espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me
dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan
la propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño»
Estaba
en una ciudad al sur de Inglaterra. No recuerdo el nombre. Era primavera, ya
cercano el verano, cuando el campo florecía y todo estaba mucho más alegre.
No
estaba solo, estaba con mi amada, Elizabeth. Decidimos dar un paseo por las
afueras, así que nos dirigimos a las caballerizas a buscar nuestro transporte. Elizabeth eligió a Brisa y yo
tomé a Canelo. Durante el trayecto trotamos un rato; trotábamos y reíamos a
carcajadas. Siempre que estábamos juntos sentía una felicidad que sólo hallaba
junto a ella. Una felicidad que me daba miedo, miedo a perderla, miedo a estar
siempre anudado a ella… Fuese lo que fuese, siempre me daba miedo.
Durante toda mi vida
he sido un hombre valiente, me he enfrentado a todo, menos a este sentimiento
de libertad que me aprisiona. Ella sonríe, es feliz, no da importancia a
nuestros desacuerdos. Yo, en cambio, pienso que cada día serán mayores, como
las sombras cuando atardece, hasta que llega la noche y lo impregna todo de
oscuridad.
Mejor
hablar de la belleza que observaba en mi sueño; era plena tarde y todo estaba
inundado de luz. Nos acercamos a unos abetos que estaban a la entrada del
bosque. Allí nos apeamos de los animales. Mientras Eli —como le llamaba
dulcemente— extendía una manta sobre el suelo, yo me disponía a atar a Brisa y
a Canelo.
Una
vez estaban los animales a buen recaudo, nos sentamos sobre la manta de
cuadros que con tanto amor fue extendida. Allí comenzamos a rozarnos las manos.
Ella
estaba radiante, feliz… Mientras, mis miedos y yo librábamos una lucha interior
donde era difícil no salir malherido.
La
amo, la amo desde que nos dimos aquel primer beso donde saltó la chispa, pero
aún recuerdo mis tiempos de correría: disfrutaba de las salidas con mis
amigos y tenía vivencias que por pudor no voy
a contar. Le digo a ella que no las echo de menos y, es cierto, pero una
parte de mi se entristece en pensar que no las volveré a vivir más.
Quizás
el tiempo se vaya y con él las ganas y las fuerzas; puede que ella también,
mucho más joven que yo, queriendo vivir lo que no le pueda ofrecer eternamente.
Mientras, me acaricia la mano. Comienza a besar mi cuello, mi mejilla, mi frente… Mi
interior comienza a bullir, entre el deseo de corresponder a la ternura y las
ganas de salir huyendo… Ni yo mismo me comprendo. Sólo siento ganas de salir
a la carrera.
—
Amor,
¡cuántas ganas tenía de volver a estar junto a tu pecho!— me susurraba al oído
mientras yo me quedaba quieto, bloqueado, sin saber qué decir.
—
Tranquila,
estoy aquí, contigo. Eso es lo que importa —fueron las únicas palabras que fui capaz de
articular.
—
Sí,
pero te noto triste. No estás con la misma alegría de otras veces, la misma
pasión. ¿Qué te ocurre?—preguntó insistente. Ella siempre pregunta.
—
No
me ocurre nada en especial. Ya lo hemos hablado. Necesito mi tiempo, mi
espacio, la libertad que siempre he tenido.
—
¿De
qué libertad me hablas? Siempre has sido libre para elegir.
—
Necesito
un tiempo, pensar… hay tantas cosas en qué pensar...
—
¿Pensar?
¿No es mejor vivir? La vida es eso que se va mientras pensamos en vivirla…— me
dijo, enojada Eli.
—
Si
me amas de verdad me dejaras libertad para pensar— le respondí con decisión.
—
La
libertad las has tenido siempre pudiendo elegir. Me suena a excusa.
— Cada persona es el resultado de su camino por la vida, de sus decisiones. Las decisiones más importantes han de ser meditadas —contesté, sabiendo claramente a lo que me refería.
La
conversación duró lo mismo que ese sueño. Ahora, una vez que he
despertado a la consciencia siento que aquella Ellizabeth eras tú, amor.
Doy gracias a Dios por la oportunidad de esa
tarde para poder abrir los ojos, tan cerrados y ser consciente de que la
verdadera libertad es la de poder elegir. Elegí un amor que dio a mi
vida más satisfacciones que
cientos de falsas libertades, con tardes eternas de caricias, amaneceres
donde despertaba ante tus tierna mirada y un transcurrir de los años
cargados de paz donde ya nunca más me hallé perdido
en el laberinto de mis miedos. La llibertad sólo se halla en nuestro interior.
Ambos aprendimos que había que soltar el lastre, ver lo que realmente teníamos ante nosotros: ¡¡nuestra vida futura!!
Necesité pensar para poder permitirme "sentir", deshojar cada sentimiento y quedarme con los apropiados. Quizás
hoy lo he soñado todo para recordar que somos nosotros los que
construimos nuestro propio cielo y nuestro propio infierno. Las
oportunidades un día se acaban y quedamos ahí, en el camino trazado.