(Imagen tomada de internet, autor desconocido)
De repente me tropecé
tu espalda,
haciendo cola en el supermercado,
con un gesto liberé de mi
falda
el blusón que se
hallaba aprisionado.
Inhalando en ti con rotundidad
un varonil aroma, tu perfume,
evocaba en mi prieta castidad
pensamientos que una
dama no asume.
¡Menos mal que por fin llegó mi vez !
Me atendió el pescadero uniformado
cubierto de escamas, el
hombre pez,
yo, sirena que nunca antes ha amado
reconozco purpúrea
mi tez.
¡Oh Dios, pero si aún siquiera he pecado!
Irene Bulio ©2014
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