Caía la tarde.
Seguramente ya era cerca de las siete cuando Marcia salió de su casa, tomó un
taxi dispuesta a dirigirse a la dirección que guardaba, celosamente, en un
papel muy bien plegado en el fondo de su bolso. Lo extrajo, con nerviosismo, lo
desdobló rápidamente y tras leer lo que en él decía, comentó al taxista:
—Buenas tardes, lléveme a la calle Isla de Lobos, número
cincuenta y cinco.
Su voz se sonaba algo entrecortada, indecisa, titubeante. El
propio taxista lo notó
—¿Está segura de que esa es la calle a la que desea ir, señora?
—preguntó con la curiosidad dibujada en sus ojos.
—Sí —contestó la joven—, es ahí donde deseo ir —dijo esta vez
con el tono de voz más sólido.
En poco tiempo ya
estaban en la zona industrial, ante el número cincuenta y cinco de la calle
mencionada. Ella miró de reojo el lugar,
mientras abría su monedero para pagar la carrera.
—¿Me puede decir cuánto le debo?— preguntó al taxista.
—Son siete euros, pero si me abona diez estaré esperando quince
minutos. La vuelta a casa le saldrá gratis. Ya sabe que abona ambas cosas; sólo
tendría que pagar la espera.
—No se preocupe, para volver tomaré otro taxi, gracias —contestó
de forma inequívoca.
—¿Está segura? Aquí es muy difícil conseguirlo, tendrá que
llamar por teléfono. Además, puede que lo que encuentre en esta dirección no le
guste —comentó el joven taxista, haciendo un guiño.
La joven se sintió
malhumorada ante el atrevimiento del chófer; dándole las gracias y tras abonar el servicio, se dirigió a tocar el
timbre de aquella nave solitaria, a las afueras de la ciudad, y lejos de
cualquier parada de autobús o taxi alguno.
Tras abandonar el
vehículo, se dirigió a tocar el timbre; ya era de noche, apenas unas pocas
estrellas iluminaban el lugar.
—¿Quién
es? Identifíquese — se escuchó a través del portero eléctrico.
—Soy «Iluminada Nostálgica»—
contestó.
—Dígame la clave que se
le ha asignado —preguntaron nuevamente.
—Seis, veintidós, cero,
alfa — contestó.
—Está bien, puede pasar.
Acto seguido se
abrió la puerta; en el interior del recinto no había más luz que en el
exterior. Todo permanecía a oscuras. A tientas, logró avanzar, mientras rozaba
algunos cuerpos semidesnudos y tropezaba con algún que otro mueble. Inesperadamente,
una mano se acercó a la de ella y, tras tomarla con mucha delicadeza por la
muñeca, le pidieron que la acompañase.
—¿A dónde me llevan? — preguntó algo asustada.
—Vamos a la sala de bienvenida. Allí se te explicará lo que aún
no sabes de este local.
Callada, asustada,
pero con la curiosidad y el morbo peleando en su cuerpo contra su propia moral,
siguió adelante, hasta llegar a una habitación en penumbras. Una vez allí, se
cerró la puerta de forma inesperada.
—Puedes desvestirte y
colocar todos tus enseres en esta taquilla. Te daré la llave, atada a un
cordón, que podrás colgar de tu cuello o de tu muñeca. Puedes desvestirte hasta
donde tú desees. Nadie te obligará a hacer nada que no quieras… tú serás quien
decida hasta dónde y hasta cuándo.
La joven asintió,
no sin antes preguntar:
—¿Cuánta gente hay aquí hoy? ¿Hay más hombres que mujeres? Y si reconozco
a alguien, ¿qué hago…?— preguntó algo asustada, aunque con mucha curiosidad.
—Hay unas noventa personas, la mayoría asiduas al local. El
sesenta por ciento suelen ser hombres, pero se interactúa igual ante unos que
ante otras. Si te encuentras a una
persona conocida, él o ella estará en la
misma situación que tú, así que «ver y callar, para siempre», ese es el trato—
contestó la voz de quien le acompañaba.
Una vez se
desvistió, tomó la llave de la taquilla y la colgó en su cuello. La persona que
estaba a su lado la llevó nuevamente fuera de la sala de bienvenida, y allí la
dejó, entre el tumulto de gente.
Sentía olor a cigarro
y otras hierbas, además de algunos perfumes que le eran conocidos y otros
nuevos para su olfato. En ocasiones le resultaba difícil distinguir si se
trataba de un hombre o de una mujer, a
no ser que pasasen demasiado cerca y les escuchase hablar.
Se sentía extraña.
No podía ver a nadie, no podía mirar a los ojos… sólo veía siluetas y, notaba como
varias manos a la vez se iban posando sobre su cuerpo, haciéndole sentir sensaciones
que nunca antes había vivido.
—Te intuyo asustada, ¿eres nueva?— le preguntó una voz al oído.
—Sí, es la primera vez que vengo. Vi algo en la web, sentí la
curiosidad de probar sensaciones nuevas, y… me atreví —contestó.
—¿Vienes? Me encantaría que te iniciaras conmigo…— sugirió su
acompañante.
—De acuerdo, ¿a dónde vamos? —preguntó curiosa.
—A un extremo. Ten presente que cualquiera puede unirse…
Sí, lo sé… Quizá sienta deseos de salir corriendo —comentó la
chica con la voz entrecortada, pero deseosa de probar la nueva situación que se
abría ante sus ojos, a pesar de no poder distinguir con quien la iba a
compartir.
Llegaron hasta una
cama enorme, redonda, con un colchón de agua, tal y como pudo comprobar cuando
su cuerpo se tambaleaba, dulcemente, al
sentarla su acompañante en el borde. Acto seguido, comenzó a manosearla con
delicadeza; mientras, la tumbó hacia atrás, y lentamente fue besando cada poro
de la piel de su ombligo, de su vientre…
subió hasta sus pezones, succionándolos como alguien que se encuentra sediento,
en el mismo centro de un desierto… La joven no hacía más que gemir,
disfrutando de los placeres que estaban comenzando a inundarla, con los ojos bien
cerrados, intentando atrapar todo aquel placer que estaba degustando. De
repente, notó como otras manos y otra boca se acercaban a su cuerpo, a la vez
que se ruborizó y un escalofrío la recorrió desde la nuca al último dedo de sus
pies; la humedad de los nuevos labios terminó por excitarla aún más… No le bastaba estarse quieta, ahora
necesitaba rozar otra piel; no sólo había que sentir placer, sino que quería
saber que también lo podía proporcionar.
Extendió su mano,
intentando tocar el cuerpo de quien se le acababa de acercar con las yemas de
sus dedos. Tenía los ojos cerrados, pero daba igual, no podía ver nada. «La
persona que había al otro lado era una mujer joven. Muy obviamente una mujer
joven. No había manera posible de confundirla con un hombre joven en ningún
lenguaje, especialmente en braille». Era la primera vez que tocaba unos pechos femeninos, y jamás
pensó que pudiera excitarle tanto… Deseó
devorarlos, y así lo hizo. Mientras, sus
dedos buscaban la humedad y el gemir pausado de la dueña de tan grandiosos
senos.
—Ring… ring… ring…
El dichoso timbre
la sacó de la placentera siesta. Portaba una sonrisa especial. Se rascó los
ojos con los dedos apretados, a modo de puño… y, de repente, recordó la cita
que tenía esa misma tarde.
—¿Iré o no? —se preguntaba, con algo de malicia en la mirada,
curiosidad en la sonrisa y el cuerpo extendido sobre la cama, a modo de
placentero despertar.
Irene Bulio ©
20.10.2014
Cada mes se propone una frase,
bien de un libro, bien original. La
propuesta para este mes es: «No
se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted vivo de ella» —De Elbert Hubbard. Ensayista
estadounidense. —Propuesta por Frank Spoiler.
El
resto… de los participantes, en el siguiente enlace.