viernes, 25 de abril de 2014

CUANDO APARECES


 
ES EN ESE INSTANTE en el que el aire que me envuelve
se torna viciado, decadente y oscuro,
como si de  un sepulcro intentara escapar.
Es en esa fase de la vida donde el todo y la nada es posible,
—la nada de una vida vacía, carente de significado;
el todo, el deseo de un mundo nuevo, sin mirar atrás—
CUANDO APARECES, de repente, sin apenas percatarme.
Es en esa grieta, que me aprisiona el alma, donde siembras tu sonrisa,
y un pensamiento entonces, que hago huir como a un demonio,
me acerca a ti, a tu rostro, a tu alma, a tu corazón.
Sólo fue eso, un pensamiento.
Suficiente para abrir un huequecito de ilusión
donde sólo había tierra árida y seca.
Sembraste la semilla de la  pasión,
la regaste de besos, la abonaste con abrazos y risas,
la arropaste con tus palabras, siempre llenas de sol,
a veces contrastadas con la sabiduría de la plata y el azabache entremezclados,
¿te das cuenta de la gran responsabilidad?
Tenemos esa semilla, tenemos luz, tierra y tiempo…
Tenemos, amor, la llave del mismo cielo.
 

Irene Bulio 25/04/2014 ©

 

miércoles, 16 de abril de 2014

Lo que nunca fue.




Los besos no dados  queman aún en tus labios

como brasas que no se apagarán jamás.

Esas palabras que pronunciabas con frecuencia,  

 anidadas junto a  tus miedos

con la necesidad de no perder, retener,

esas que no tenían nada que ver con la realidad,

simples sombras que se arrastraban

en las noches sin luna

sabes que no eclosionarán jamás.

Perdiste tu tiempo tejiendo mentiras,

perdimos la vida  en un mar de engaños,

intentaste encadenar mi alma,

pero dime ¿no viste brotar mis alas?

Te lo di todo, mi vida presente, pasada,

mis sueños…

Dejé a tu alcance  mi realidad

para que la cruzases con la tuya

como  los dedos de ambas manos

y así formar  la unión de dos almas.

Te creí tejiendo nuestro  hogar

mientras limpiaba nuestro cielo de nubes grises

y de repente desperté

y tu hogar era otro, tus sueños no los reconocía,

los nuestros siquiera existían.

Te pregunté y no hubo explicación.

Te esperé y nunca fuiste capaz de llegar.

Te había dicho que no miraría atrás,

así que amputé nuestras ilusiones,

—esas para las que éramos necesarios los dos—

miré al cielo, y en ese mismo instante comprendí:

“Llegó mi hora de volar…”


Irene Bulio © 2014

domingo, 6 de abril de 2014

La sorpresita.




Son ya  las  diez de la noche. ¡El día se ha ido volando! Yo tan cansada y él con ganas de fiesta, al menos eso es lo que me acaba de insinuar:

 

—     Ve poniéndote esos grandes tacones negros, las medias con ligas y ese perfume que tanto me gusta — esas fueron sus palabras, enviadas a través de un mensaje a través del móvil.

 

No sé cómo voy a aguantar tanto ajetreo; viernes noche es sinónimo de  agotamiento. Mejor será que me dé una buena ducha, calentita, que me despierte todos los sentidos.

 

Según entré en mi cuarto me dirigí al baño y me  fui despojando de todas mis ropas y joyas; mientras, bostezaba. Abrí el grifo del agua caliente,  y me quedé esperando hasta  que llegó a la temperatura adecuada. Una vez lo conseguí, entré, despacio, mientras iba mojando mi cuerpo desde los mismos dedos de los mis pies: primero mojé mis piernas, para acariciar poco a poco con  todo mi cuerpo empapado… mis rodillas, mis muslos, mi pubis, mis caderas… A medida que el agua recorría mi anatomía me iba excitando, sobre todo al  pensar  en el ratito que nos aguardaba a Lorenzo y a mí.

 

—     ¡¡Uhmm!! Qué rico aroma tiene este champú — fue lo que pensé cuando sentí su mano en mi cadera.

 

Lorenzo había accedido, sigiloso, al cuarto de baño. Con el ruido del agua al caer no me había percatado de ello, hasta sentir su piel junto a la mía.

 

—     ¿Cuánto tiempo llevo aquí? — pensé, pero no me atreví a abrir la boca, salvo para recibir sus besos, compartir aquel deseo que comenzaba a inundarme cada vez con más fuerzas.

 

—     ¿Te apetece algo especial? — me preguntó mientras devoraba mi oreja izquierda. Apenas podía pensar, ¿qué más iba a querer?

 

—     ¡¡Uhmm!! Sigue… me excitas… — esa fue mi última respuesta, mientras notaba como su miembro presionaba una de mis ingles, a la vez que creía de forma descomunal.

 

Disfrutamos de aquella ducha como adolescentes ávidos de placer, bebiendo de su boca el agua que caía desde el grifo, comiéndonos los labios —a veces con ternura y paciencia, otras con pasión desmesurada—  mientras la fricción de nuestros cuerpos, húmedos, nos producía cada vez un deseo  mayor, más intenso, el deseo  de poseernos,  de fundirnos…de una sola piel.

 

De repente, él cerró el grifo y me acercó una toalla.

 

—     Ahora llega el momento ligas, tacones…— me dijo al oído mientras mordisqueaba mi lóbulo, algo que sabía que me encendía, me volvía una auténtica “loba”.

 

Me dejó en el cuarto de baño, entornando la puerta. Cuando salí de él lo encontré en nuestra alcoba,  recién “vestido”, con sólo una corbata, azul —mi color favorito— y con algunas rayas rosas, tal y  como se quedó mi mirada, rayada ante aquel  espectáculo, pues al lado, sobre al baúl que se encuentra a los pies de la cama logré divisar un montón de juguetes…  Sólo en pensar lo que podría suceder en las siguientes horas terminó por excitarme aún más, a pesar de que hacía tiempo que pensaba que era imposible.

Cuando tapó mis ojos con un antifaz, ya no podía estar más húmeda, a pesar de que acababa de secar mi cuerpo hacía sólo unos instantes.

 

 

 

Me tomó de la mano y me sentó en la cama. Comenzó a acariciar mi espalda con algún tipo de aceite oloroso, impregnando mis fosas nasales con aroma de lirios; una vez acabó con ella, comenzó con mi torso, deteniéndose en mis pechos, succionando mis pezones de una forma apasionada, a la vez que gemía “no sé qué”, que me ponía cada vez más cachonda; sí, “cachonda”, esa era la palabra.

 

Allí estaba yo, sobre mi cama, siendo acariciada dulcemente, mientras al instante siguiente era devorada de una forma casi salvaje, con los ojos tapados y notando cómo la punta de su corbata me rozaba, a la vez que la de su miembro viril. Dos tactos diferentes, bien diferentes, pero ambos hacían que mi imaginación se pusiese en funcionamiento como si de un interruptor se tratara.

 

—     Y ahora, ¿qué va a pasar? ¿jugaremos con lo que he visto? — pensé mientras me abrazaba a su cuerpo, intentando que me penetrase, pero esa no era su intención, lo notaba, pues intentaba alejarse a la vez que besaba mi cuello con pasión. Quería hacerme esperar.

 

—     ¿Te apetece mirar o prefieres seguir con los ojos vendados? — me preguntó.

 

—     Quiero mirar, aunque estoy disfrutando de  no hacerlo. Me quedaré un ratito así, pero dime, ¿qué vamos  a hacer ahora? — pregunté mientras escuchaba el ruido de unos trozos de madera caer sobre la mesilla de noche.

 

—     Te ha tocado… ¡¡ uhmm!!, ¡Qué excitante…! Ahora vamos a irnos de misiones, pero muy poco tiempo, ya sabes que esa postura no es de mis favoritas— comentaba a la vez sentía como una pluma acariciaba mis senos, mi cuello, la comisura de mis labios…

 

Sentí cómo me penetraba, con delicadeza, para posteriormente demostrar toda su bravura, durante al menos unos minutos;  cuando más le estaba tomando el gusto  a la situación, se apartó y volví a escuchar aquellos dados:

 

—     Cariño, nos vamos para Rusia…— decía con entusiasmo mientras tomaba mis senos y apretujaba en ellos toda su virilidad. — ¿Estás disfrutando? — preguntaba con la voz casi apagada, lo que  me indicó que él sí que lo hacía.

 

—     Noto como tú sí que lo haces… uno de tus juegos favoritos… — Contesté.

 

Al poco tiempo, vuelta a escuchar madera contra madera, dados contra la superficie de la mesilla de noche.

 

—     ¡¡Estás de suerte, amor!!— Me susurró al oído mientras me hacía girar, y doblar mi cuerpo hacia adelante. En ese instante sentí como algo me golpeaba en la nalga, con delicadeza, la primera vez; algo más fuerte el resto, pero sin llegar a dañar, mientras notaba como su respiración se agitaba más y más.

 

En el instante más inesperado me penetró, haciendo que mi cuerpo reaccionara, sintiendo muchísimo deseo, y aún más cuando notaba los golpecitos que él tanto sabía que me hacían disfrutar, por lo que se recreaba  observando cómo mi cuerpo intentaba contonearse de forma serpentina, una y otra vez...

 

No sé cuánto tiempo estuvimos así, hasta que ambos llegamos al clímax, agotados, cayendo sobre el colchón, ya sin fuerzas...

 

A los pocos minutos me acercó una copa de champán y un enorme fresón. Mojó la fruta en la copa, la  introdujo delicadamente en mi boca —a estas alturas no tenía ni idea de dónde había ido a parar el antifaz— e hizo como que se le derramaba un poco del frío y espumoso líquido, curiosamente, sobre uno de mis pezones.

 

—     ¿No querrás que desperdicie algo tan rico, no?— me preguntó, mirándome a los ojos con su sonrisa felina.

 

 

 

 

Y no, no lo desperdiciamos; lo que sucedió queda para otro capítulo, pero te lo puedes imaginar, sobre todo cuando él es alguien curioso y a mí no me gusta dejar nada atrás, siquiera para otro día.

Doce caras diferentes tenía aquél maravilloso dado y esta vez utilizó el reloj de arena para calcular el tiempo, no nos fuese a durar el jueguecito hasta el amanecer.

 

Así estoy hoy, llena de agujetas, pero él tampoco se ha esforzado en madrugar esta mañana. Veremos a quien le toca ir a comprar el pan.

 

 

Inma Flores © 2014