Lo Nuestro
Era un sábado por la mañana y se
encontraba sola en casa. Hacía un día de inmenso calor. Estaba próximo el
verano. Se dirigió al aparato de radio a poner un poco de música; buscó en el
dial su emisora preferida, y allí estaba —inesperadamente— aquella canción que
tantos recuerdos le traía. Por un instante voló a su adolescencia. Sólo
necesitó un par de parpadeos, hasta verse transportada.
Llegó hasta el verano del 88, la hora
del recreo de un martes cualquiera. Había decidido quedarse en clase para
repasar el examen que tenía a la hora siguiente. No era su fuerte, era un
examen de Historia, pero estaba empeñada en aprobarlo con buena nota. Paseaba
por la clase con aquel libro azul entre las manos, mientras repite en voz baja la lección. Por
un instante se acerca a la ventana, mientras repasa Amadeo I. Al levantar la
mirada la encuentra reflejada en unos hermosos ojos verdes. En ese instante
sintió algo extraño, algo que no había sentido antes: la sensación de que el
estómago se encogía. Su respiración se ralentizó — le daba miedo respirar por
si todo era un simple sueño—
Con timidez bajó la mirada, su rostro
estaba sonrojado, e intentó actuar como si estuviese estudiando aún.
Todos
esos recuerdos se agolpan en su mente mientras continúa escuchando “Carrie”, del grupo Europe (*). Esta canción le produce una mezcla de
sentimientos y sabores en su alma. La
dulzura de un primer amor y la agria tristeza de no poderlo vivir en su
plenitud. Esos recuerdos tan celosamente guardados:
Ese mismo día su amiga Esther le comentó
que Fabián había preguntado por ella, quería saber su nombre. La pregunta le
produjo tal sofoco que no pudo articular palabra alguna.
— ¡A ti también te gusta! —le dijo su amiga con una sonrisa en los labios.
Ella se sintió tan cortada que no supo
qué decir, por lo que contestó con una simple sonrisa.
— Pues vamos, que te lo voy a presentar —
le decía Esther mientras tiraba de su brazo.
— No, por favor, que me da mucha
vergüenza. Prefiero volverme a encontrar con él en cualquier otro sitio.
Además, ¿por qué se iba a interesar en mí?
— Pues no lo sé. Hay muchas chicas que
darían lo que fuese por estar en tu lugar ahora. Hasta yo misma, jajaja…
—comentó Esther mientras reía.
— Anda, vamos, que ya es tarde. Otro día
continuamos hablando de este tema.
Mientras recordaba esta escena se preparó un café bien cargado.
Lo sirvió en su taza favorita y se dirigió rumbo al sofá. En ese instante
acababa el tema que estaba escuchando y mientras se mezcla con la canción de
“Te quiero” de hombres G, se toma el
amargo café, sorbo a sorbo, mientras los
saborea sus recuerdos comienzan a volar de nuevo, rumbo a su juventud:
A la semana siguiente él, Fabián, volvió
a pasearse por el aula en la hora del recreo. Cuando le vio sintió nuevamente aquella extraña
sensación de de presión en su estómago, que poco a poco se iba convirtiendo en
aleteos de mariposas.
— Hola, busco a Esther, ¿la has visto? —
le preguntó el muchacho con su impactante sonrisa.
Se
sintió enmudecer de nuevo. Como pudo tomó fuerzas y se animó a contestarle,
mirándole a los ojos, aunque su verdadero deseo era esconderse en el primer
agujerito que encontrase.
— Hoy no vino, está enferma.
— ¿Y qué tiene?
— Se levantó indispuesta y no vino a
clase. Es sólo eso.
— La verdad es que no vine a preguntar por
ella, sino por ti — le comentó Fabián.
En ese instante todo quedó en silencio,
un silencio que se hizo eterno para ambos.
— Entonces, ¿podremos vernos fuera de aquí
o no? — preguntó el chico.
— No lo sé. — contestó ella.
— No lo sabes, ¿por qué?
No supo qué contestarle. Estaba tan
nerviosa que a pesar de desear sonreír,
su rostro reflejaba la incertidumbre que sentía en su interior.
— ¿No me contestas?— le interrogó él, nuevamente
— Es que soy nueva aquí y no suelo salir
mucho. Aún no tengo demasiado amigos, y los fines de semana suelo ir a visitar
a mis abuelos, que viven a 30 kilómetros.
— Eso no es inconveniente, nos podemos ver
una tarde. ¿Te apetece ir a jugar al tenis este jueves?
— ¿Al tenis el jueves? Ese día no va a
poder ser. — Estaba sonrojada, no sólo porque estaba viviendo una situación
nueva, que se escapaba de sus manos como
arena dorada, sino porque no sabía jugar al tenis.
Ella venía de otra ciudad y acostumbraba
a practicar otros deportes, como baloncesto, natación, etc., pero nunca en su
vida había tenido una raqueta de tenis en las manos.
— Bueno, pues si quieres podemos ir al
cine, o a dar una vuelta. — propuso Fabián.
— La verdad es que prefiero pasear. —
contestó, esta vez sonriendo y más aliviada.
— Vale, pues te llamo una tarde y salimos
a dar un paseo. Por cierto, ¿me das tu número de teléfono?
En ese instante se vuelve a sonrojar
pensando en cómo se podría sentir si alguien la llama a casa y sus padres al
coger el teléfono descubren que es un chico. A pesar del “sofoco” que está
sintiendo se anima y se lo da.
Suena el timbre de la puerta, y vuelve a
la realidad. Es su vecina para invitarla a ir a la playa. Titubea, y al final
se decide a aceptar, con la condición de ir a Playa del Inglés.
En el camino, mientras charlan sobre en qué
parte de la playa van a colocar, vuelven a poner la radio; esta vez suena “Together forever” de Rick Astley (**). Su imaginación se vuelve a disparar. Esa
canción fue la primera que bailaron juntos.
Estaban en una discoteca. Él era un gran
bailarín y ella estaba demasiado cortada, pero no paraban de sonreír.
— Parece que te gusta bailar — le
comentaba Fabián
— Por supuesto, tenía ganas de mover un
poco el esqueleto y esta canción me encanta — contestaba ella.
— Pues te quedas toda la noche bailando
conmigo, no voy a consentir que me dejes solo.
En ese instante suenan los lentos y él
la toma de la cintura. La canción que suena es de Hombres G, “Te quiero”(***).
Bailan abrazados. Al comienzo ella
tiembla de nerviosismo, pero poco a poco se va relajando y acaba apoyando su
cabeza en el hombro de Fabián. En ese instante él aprovecha y comienza a besar
su cuello.
Fue como tocar el paraíso con las yemas
de los dedos. Por un instante el mundo se paró ante sus pies. No le importaba
nada de lo que ocurría a su alrededor, sólo
el sentir su respiración, oler su perfume, sentir la calidez de su
cuerpo y cómo parecían flotar.
De repente se escucha un gran ruído:
— ¡¡¡Piiii!!!! — suena un gran bocinazo, que la
trae de nuevo a la realidad.
— ¡¡Cuidado, loca!! — grita el conductor
del vehículo que está a la derecha del nuestro.
Su vecina frena con violencia, y da un volantazo
hacia la izquierda. Se había despistado y casi ocasiona un accidente. Ambas recordábamos el que ocurrió hace unos días en el que fallecieron
cuatro personas, todos miembros de una misma familia.
Desde que sucedió ese accidente, en el que se vieron implicados
unos amigos, se planteaba la vida desde
otra perspectiva. Sabía que no viviría eternamente, así que decidió darse otra
oportunidad.
Después de aquel maravilloso baile,
aquellos primeros besos…. surgió el amor.
Pero ese amor duró muy poco, pues al
llegar el verano los padres de Fabián tuvieron que marcharse a otro país por
motivos de trabajo. El no le había dicho nada, pues no era seguro, para no
preocuparla. Al
final le costó tanto decírselo que esperó al último día, en el que la llama por
teléfono:
— Hola, ¿qué tal estás? — pregunta ella.
— Tengo que decirte algo, ¿No podemos ver
ahora?
— ¿Ahora? Sí, claro, estoy deseando verte;
desde ayer se han hecho las horas muy largas
y han pasado demasiado lentas. Me muero por verte. — le dijo ella.
— Pues te espero delante del centro
comercial en 15 minutos, ¿vale? — preguntó Fabián.
— De acuerdo, déjame unos minutos y ahí
estaré. — contestó.
Al cuarto de hora estaban ambos en el
lugar acordado. Ella llegó radiante. Él, con la mirada triste, evitando
encontrarse con sus ojos.
— ¿Qué te pasa? — le preguntó.
— Tengo que contarte algo.
— ¿Qué te ha pasado?
— Que… esta será la última vez que nos
veamos. Mañana me voy a Suiza.
— ¡¡¿Cómo?!! — preguntó ella, aún sin
creérselo.
— Mis padres se van a Suiza y yo me voy
con ellos.
— ¿Y no me lo pudiste decir antes…? — su
voz estaba rajada y sus ojos inundados en lágrimas. No se creía lo que le
estaba ocurriendo.
— Siempre pensé que se echarían atrás, y
después, cuando ya era una decisión definitiva, me costó decírtelo. Es una gran
oportunidad. Sé que es fundamental para mi futuro, y me debo ir.
Ella no le podía mirar a la cara. En su
interior pensaba que eso no podía estar ocurriendo. Se abrazaron, se dieron un
beso en la mejilla… Al instante no pudieron evitar rozar sus labios y se
fundieron en un profundo y apasionado beso… uno de esos besos que se anclan al
recuerdo y no se consigue olvidar jamás.
Se escribieron un par de veces, pero
ambos sabían que sus caminos se habían separado para siempre.
Después del susto del frenazo, cambian
de emisora de radio para “aflojar” el
ambiente y ahora suena (****) “Pienso en
ti” de Duncan Dhu. No se lo puede quitar de la cabeza…el amor de su vida a una
edad muy temprana, un montón de sapos que no le ayudaron a olvidar el verdadero
príncipe.
Acaba la canción. Ella disimuladamente, seca
una lágrima que recorre su mejilla. Mientras, suena una cuña publicitaria: “Esta tarde, a
las 8, actúa el gran guitarrista Fabián Hernández en la Sala Insular,
acompañado de su Gran Banda”.
Le pareció que de nuevo el mundo se
paraba. Era él, su gran amor. Había vuelto.
Su mente buscaba una excusa… “pero si no
me ha llamado”… “claro, ya no tengo el mismo número”… “pero se lo pudo pedir a
algún amigo en común”….”si ya no sabrá ni dónde encontrarlos”…
En ese instante tomó la determinación de
vivir cada momento lo mejor que pudiese, exprimir la vida… y lo primero que
haría sería ponerse sus mejores galas, su maravilloso perfume “tresor”, y
plantarse a verle esa misma tarde. Mientras pensaba: “seguramente no se
acordará de mí, pero este capítulo aún está sin cerrar y esta noche pondré un
punto y final”
¿O tal vez puso un punto y seguido? Lo
cierto es que no se puede vivir en el pasado y menos vivir “sin presente”. A
veces hay que ser valientes y reconocer dónde acabó un capítulo de nuestras
vidas.
(*)“Carrie”,
del grupo Europe
(**)“Together
forever” de Rick Astley
(***) “Te quiero” – Hombres G.