Tanta
es la oscuridad donde reposa
la
envidia, que se arrastra por el tacto
mientras
sueña salir del aposento.
Mimetiza
la piel con sus escamas.
En
suelo ennegrecido deja huella,
tras
de sí un zigzag de titubeo
pues
nunca el triunfo fue bien definido;
sólo
existe el dolor de la ceguera.
Al
abrirse la puerta se obnubila:
un
diamante brilló ante sus ojos,
alguien
sin miedo, rey del altruismo,
persona
que regala la sonrisa,
el
tiempo y el saber, que siempre endulza
las
tristezas que llegan a su encuentro.
Ciega
tanta bondad su lucidez:
«un
corazón que brilla, generoso,
ha
de apagarse pronto, pues no existe».
Así
es como destruyen la confianza,
la
estela de la estrella más fulgente,
pero
el astro bosteza en las alturas:
¡Qué
importa, si mañana es otro día!
Inma flores ©
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