sábado, 31 de marzo de 2018

El sueño









Despertó  algo excitado. Acababa de sonar el despertador. De repente recordó que hoy era sábado y apagó el aparato que estaba justo al borde de la mesa de noche. Se giró y quedó boca abajo. Se sentía incómodo, y por un instante recordó  el sueño que estaba viviendo instantes antes de que le despertase aquel horrible ruido:

Llegó a casa poco después de las 7:30 de la tarde, tras estar una hora pedaleando por los alrededores del pueblo. Dejó la bicicleta en el trastero, cogió una enorme toalla del armario del pasillo y se dirigió al cuarto de baño.

Sudaba. Tenía un calor intenso, pero no le gustaba ducharse con agua fría, así que abrió el grifo para que ésta se templase mientras se desvestía.

Frente a él el espejo, que comenzaba a nublarse por el vapor que invadía la estancia, y en el que se miraba de reojo mientras se despojaba de cada una de las prendas que le cubrían. Primero se quitó los calcetines, luego la camiseta, empapada,  y los pantalones. Debajo de éstos no había ningún calzón, pues le excitaba sentir la movilidad de sus piernas mientras pedaleaba y la dureza del sillín en sus prominentes  glúteos.

—No estoy nada mal — se dijo—, para tener 50 años, aún estoy como un chaval.

Acto seguido se metió en la ducha.  Cogió el grifo, con el agua templada, y dejó que ésta se deslizase desde su cabeza, por todo su pecho, rasurado, su espalda… hasta que todo su cuerpo estuvo mojado. A continuación cogió el champú y comenzó a enjabonar su cabeza. En ese instante escuchó cómo se abría la cerradura del cuarto de baño, era María, que llegaba del supermercado:

       —Perdona Jesús, pero no podía más. Menos mal que no cerraste con llave.
      —No cerré porque no están los niños —contestó, con la cara fruncida por el picor del jabón que le corría por todo el cuerpo.

Escuchó cómo tiraba de la cisterna y durante los segundos siguientes, debido al ruido de la ducha, no escuchaba nada.

De repente sintió una mano femenina recorriendo su espalda. Era María. Se había desnudado y se había metido con él en la ducha.

       —¡¡Uhmm!! Cuánto sigilo, con lo habladora que eres María, y qué sorpresa, sabes que me encanta que me toquen la espalda…

                    ¿La espalda? —preguntó la joven, con voz provocadora— ¿Sólo la espalda?

Acto seguido estaban de frente, él humedecía la piel de María, mientras ella comenzaba a besarle, apretando su cuerpo menudo contra el del joven, que se entregaba a la pasión, presionando a la joven por la cintura e intentando fundir ambos cuerpos.

Su cuerpo se pegó a la pared de azulejos, estaba fría, sin embargo su torso ardía. María mordisqueaba sus labios, poco a poco pasó a besarle por la mejilla izquierda, llegando al lóbulo de su oreja, que libaba con pasión, mientras gemía apasionadamente. Sin que apenas  Jesús se diese cuenta introdujo su lengua en la oreja y comenzó a zigzaguear, impregnado cada vez de más y más deseo al joven, que ya estaba a punto de estallar.

Él, mientras fruncía su rostro, introdujo éste en medio de los pechos de la muchacha, amplios, húmedos,  y tras besarlos ardientemente comenzó a mordisquear sus pezones, pasaba de uno a otro, mientras la piel de ambos se erizaba cada vez más.

Entre el agua caliente y la pasión el cuarto de baño estaba envuelto en una neblina traslúcida. Jesús miraba de reojo al espejo, de vez en cuando, pero ya no se veía nada. La excitación ahora no estaba en la vista, sino a flor de piel.

Notó como su miembro adquiría una forma descomunal, no recordaba estar tan excitado. María también lo notó, le miró a los ojos de forma lasciva, pasando la lengua por el contorno de sus boca para luego ir directamente a los jugosos labios del joven, y los devoró como si de dos gajos de naranja se tratase. Sus manos no paraban de moverse, de arriba hacia abajo, de un lado a otro, en especial las de Jesús, que no paraba de presionar y masajear los muslos de María.

De repente la hizo avanzar, de espaldas, hasta ponerse junto a la pared. La alzó tomando en sus manos sus jugosas nalgas y, sin pensarlo dos veces la penetró.

María realizó un pequeño quejido de placer, y al instante comenzó a gemir, al igual que Jesús, ambos en un baile acompasado, mientras el agua se derramaba por el suelo. Tras disfrutar de un rato en esa posición, ayudó a que la joven pusiese los pies en el suelo, la giró de espaldas, y mientras ella apoyaba sus brazos en la pared comenzó a tocar su clítoris, sus labios… ambos no paraban de gemir…

Se agachó unos centímetros y la penetró mientras alzaba las nalgas de la joven con ambas manos, y ella se inclinaba un poco hacia adelante.

No podían para de disfrutar, de ulular. El ruido del agua  inundando la estancia y sus gemidos, el vapor y su deseo, el grito del clímax y el ruido del despertador indicando que era el comienzo de otra jornada y el fin de este sueño.


Irene Bulio  ©

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