Espero que disfrutes del relato que podrás leer en el siguiente enlace:
https://dragaria.es/inma-flores-chanel-5/
Se pintó los párpados de un color
con matiz terroso y, junto a la ceja izquierda, añadió un dorado mate, para
luego hacer lo mismo junto a la derecha. Volvió a introducir su dedo índice en
la paleta de colores y extendió, desde cerca del lagrimal, un tono rosa claro,
para posteriormente rematar en la parte interior del párpado superior con un tono
algo más claro. Tomó un algodón y suavemente difuminó los colores, cambiando e
iluminando su mirada. Abrió el neceser y cogió un lápiz de ojos color azul petróleo, con el que bordeó las
pestañas superiores mediante un trazo limpio. Su forma de maquillarse era
pausada, una ceremonia que repetía cada viernes. Para finalizar utilizó un rimmel fijo que doblaba en volumen sus
pestañas.
Es en ese preciso instante,
frente al espejo, se miró a los ojos y sonrió
con una mirada pícara que al rato se volvió triste.
Acabado el ritual en la parte
superior de su rostro maquilló sus labios, con un perfilador marrón y una barra
rojo pasión. Añadió un poco de color a sus pómulos, su frente, su barbilla y su
nariz, para resaltar la feminidad de su cara.
No podía faltar el perfume. El mismo que siempre
le regaló su esposo en cada aniversario.
Tomó de la estantería de su
cuarto de baño el “Chanel nº 5” que él le había obsequiado meses atrás y
presionó el vaporizador, apuntando al techo; ágilmente se puso debajo de las
partículas de perfume que caían sobre sí, inundando de la esencia su melena,
sus hombros, sus pechos, su espalda… Cerró los ojos e inhaló, lentamente, recordando como en ocasiones sembraban de
besos su cuerpo recién salido de la ducha, con tanta pasión y prisa que apenas
le daba tiempo de secarse, estando aún envuelta
en la humedad que tanto le gustaba.
En ese instante se sintió una
pantera dispuesta a ir a la caza de su presa, de su nueva presa.
Desde que descubrió que su esposo
la engañaba sintió la necesidad de probar el placer del peligro, de lo oculto,
de devolver la pelota con la que le habían golpeado los sueños. No se trataba
de un partido de tenis, tampoco de una venganza ¿o quizás sí? Lo cierto era que
no quiso discutir cuando descubrió, tras un descuido con el móvil, varias de
las conversaciones de wasap de su marido:
«Qué bien lo
pasamos anoche. Me encantó. Esa postura jamás la había hecho antes, mi esposa
es demasiado pasiva para convulsionar sobre mí como tú lo has hecho»
«Lamerme con
esa lengua serpentina… ¡¡Uhmmm!!, me has hecho sentir un placer enorme; casi no
puedo contenerme; por poco te impregno toda la cara y el vestido»
«Nos veremos el
domingo en el restaurante. Disimularemos como siempre, recuerda, “hace meses
que no nos hemos visto ni hablado”, no vaya a ser que se dé cuenta María»
«Le diré a mi
marido que he quedado con Juani para tomar un café y nos vemos por el Puerto,
en el mismo hotel donde estuvimos la última vez. Fue fantástico. Estoy deseando
superar el número de orgasmos de la semana pasada. No te preocupes que yo
llevaré los aceites y dime el nombre del gel que están usando en casa para que
María no note ningún olor extraño».
El dolor que sintió en su corazón
le pareció infinito, pero a pesar de que esas conversaciones se clavaron en su
corazón como puñales no fue capaz de
soltar una lágrima. Acto seguido se fue al ordenador de su marido, segura de que
allí encontraría más “argumentos” que la ayudasen a tomar una decisión acertada,
pues no acababa de creer aún lo que había visto y sentía un desagradable latido
en sus sienes, que la hacía enloquecer.
No pudo entrar en el correo electrónico, había cambiado la clave; tampoco en el
facebook, pero sí fue a ver cuáles eran las últimas páginas que se habían
visitado su esposo:
Ø Sexo
gratis en tu ciudad
Ø Amistades
en Las Palmas
Ø Chat
de sexo Canarias, gratis
También visitó el perfil de facebook
de algunas de sus amigas con las que él decía que hacía tiempo que no hablaba,
descubriendo comentarios que la entristecieron aún más, y páginas de películas porno que aparecían en
el listado de los links visitados en los últimos meses; alguna de estas películas tenían títulos tan
desagradables que prefirió olvidar.
Por un instante pareció que de su
ojo izquierdo quiso escapar una lágrima; ágilmente la contuvo.
Esa tarde se calzó los zapatos de
tacón negro más sexis que tenía en su vestidor y, acto seguido, bajó a la
calle. Tras caminar varias manzanas, alejándose de su casa, tomó un taxi.
Había quedado en un pub cerca del
mar con un joven de voz perturbadora que la llamaba a su móvil, con frecuencia,
tras una primera vez en la que marcó su número por equivocación. Aún no le
conocía en persona. Al entrar le
descubrió al instante, era el portador de una sonrisa espléndida. El joven se
dirigió hacia ella y la tomó de la mano para llevarla al confortable sillón que
se encontraba al fondo de la estancia. Antes de que se sentase rozó sus labios
con un ligero beso cargado de sensualidad. Estuvieron escuchando música,
bebiendo y charlando durante apenas una hora. Deseaban intimidad, por lo que
decidieron dar un paseo bajo la luz de la luna, con el arrullo de las olas de fondo. Ante cada
paso que daban se iban apretando más y más, uno contra el otro, tanto que él la tomó por la cintura y ella
hizo lo mismo, para luego fundirse en un acalorado beso, donde dos lenguas se
entrelazaban suavemente para finalizar con la boca del joven besando y mordiendo el cuello de María, el
lóbulo de su oreja, hundiendo la cabeza entre sus pechos…
— ¡Uhm!
Me encanta el perfume que llevas —comentó el chico—, no puedes imaginar cuánto
me excita.
— Es
mi pijama, el mismo que dicen que usaba Marilyn —contestó María con un pícaro guiño.
— Pues
tendré que ver cómo te queda —fue la respuesta que obtuvo.
Poco tiempo después estaban en el
coche del muchacho, aparcados junto a un precipicio donde rompían las olas
violentamente. Al compás del ruido del vaivén de las aguas sus cuerpos se iban
excitando cada vez más. María temblaba, era la primera vez que estaba con otro
hombre que no fuera su esposo desde hacía varios lustros, pero aún así decidió
vivir el instante, y sus apasionados besos se extendieron por todo el cuerpo del
joven, mientras desabrochaba con avidez su camisa, el cinto que custodiaba el
fruto de su deseo, la cremallera del pantalón… y pronto se sorprendió
degustando la firmeza que brotaba ante sí.
Mientras, él iba deshaciéndose de
las telas que cubrían el esplendoroso cuerpo de la mujer, desabrochó el sujetador dejando al aire sus pechos, sus
dos grandes y hermosos pechos, que se balanceaban ante sí de una forma tan
sensual que no pudo soportar del deseo de acariciar aquellos pezones con los
que soñó desde la primera vez en la que se cruzaron sus miradas. En un
principio sus caricias eran suaves para continuar con la desesperación, el
deseo y la agitación que brotaba de su entraña.
Cuando ella terminó de disfrutar
del apetecido postre se relamió, y él
terminó de desnudarla, de quitarle la última prenda que aún quedaba sobre su encendido cuerpo. —Ambos
pensaron que fue una gran idea el ir a la parte posterior del vehículo, con los
cristales tintados nadie podría verles—.
Acto seguido la atrajo hacia sí; abrió, con la ternura que la pasión le permitía,
sus muslos y apoyó sus manos en las rodillas, para luego agarrarla por sus nalgas; la presionó entre sus brazos y la penetró con
dulzura. En ese instante se miraron a los ojos, quizás a modo de consentimiento
y súplica a la vez.
Los gemidos de María eran cada
vez más fuertes, y a medida que el vaivén de las olas producidas en la parte
trasera del vehículo adquirían velocidad, crecía la espuma de mar que
desprendían…
Tras un intenso suspiro, extraído
de las profundidades de su alma, el chico hizo rebozar su pozo de placer, a la
vez que ella gritaba, extasiada.
¿Cuánto tiempo duró la estancia
en ese paraíso? ¿Logró apagar alguna de las llamas de su infierno? Sólo María
lo sabe.
Al acabar, continuaron abrazados
hasta el amanecer. Luego él la dejó a medio kilómetro de su casa. Ella tomó, de
nuevo, un taxi y dio varias vueltas antes de llegar a su desgajado hogar.
Su esposo dormía.
— ¡Qué
pronto has ido hoy al mercado! No quise
despertarte anoche y me quedé dormido en el sofá —le dijo, mientras se daba la
vuelta para seguir en manos de Morfeo.
María sonrió. Ojo por ojo, asta
por asta.
Irene Bulio ©