Esta mañana salía corriendo de casa, enfundada en mi abrigo
rojo y sobre mis tacones del mismo color. Me sentía una Diosa sobre esos doce centímetros de tacón y con el cinturón
abrazando y moldeando mi cintura.
Miré el reloj, era tarde. Instintivamente paré, alcé uno de
mis brazos y solicité un taxi.
—
Buenos días, señorita, ¿Hacia dónde la llevo? —
preguntó el taxista.
—
Hacia el Parque Mayor— contesté con rotundidad.
Apenas pasaron 8 minutos,
cuando ya estaba delante de mi oficina. Apresuradamente busqué mi
cartera en el revuelto y enorme bolso.
—
¡Horror! Anoche dejé 50 euros a mi vecina y sólo
me queda una moneda de 2 euros en la cartera. — Mi cara estaba descompuesta
mientras comentaba la situación al taxista; al unísono, él sonreía de forma
picarona.
—
No se preocupe, la puedo volver a llevar a casa,
quizás allí consiga abonarme la carrera — contestó con voz socarrona— Estoy
convencido de ello.
—
¡Volvamos entonces!— contesté, mientras sacaba
el móvil del bolso dispuesta a decir a mi jefe que llegaría tarde, pues “se me habían pegado las
sábanas”.
Inma Flores © mayo 2013