Primer capítulo:
Apuró su paso tras bajarse del tren. Quiso dejar atrás todos sus recuerdos. Sólo
le acompañaba una pequeña maleta negra.
Tras atravesar la estación a toda prisa, llegó a la parada
de taxis. Ansiosa esperó su turno.
—Buenos días, al centro de la ciudad, a la calle
Buenos Aires — dijo con una voz rotunda, sabiendo que en aquel instante ya no
había vuelta atrás, se iba a producir un antes y un después.
— Buenas tardes, ¿trae equipaje? — preguntó el
taxista.
— No, no lo necesitaré — contestó con seguridad.
Tras llegar a la ciudad, en unos escasos minutos se hallaban
cerca del destino.
— ¿A qué altura de la calle se va a apear, señora?
—En el número 67, a la altura del Hotel Carrión —
contestó mientras cubría de carmín sus sensuales labios.
Al llegar a la altura del número citado, miró el taxímetro,
marcaba 12,50 €. Abrió su pequeño bolso y extrajo un billete de 20 € de su
cartera. Mientras abría la puerta del vehículo dijo al conductor:
—Puede quedarse con la vuelta, gracias.
—¡Oh, señora! Gracias a usted.
En su mano derecha sostenía con fuerzas el maletín, mientras
entraba en la recepción, con paso fuerte y el corazón en un puño.
<< ¿Me estaré equivocando?>> —se preguntaba. Esa
era su gran duda. Una parte de sí misma quería volver atrás corriendo, no haber
tomado esa decisión, en cambio la otra, la más valiente y arriesgada, deseaba
seguir.
—Buenos días, tengo reservada la habitación 555 —
dijo con gran nerviosismo, pero intentado aparentar normalidad.
—¿La señora Gutiérrez? Permítame su D.N.I., por
favor— solicitó el recepcionista.
—Aquí lo tiene — contestó más nerviosa aún.
—¿Me puede rellenar esta pequeña ficha e indicar
su número de teléfono?
—Disculpe, he llegado un poco mareada, ¿qué le
parece si relleno los datos esta tarde? — preguntó inquieta, al no querer dar
sus datos personales, en especial el teléfono. No sabía qué rumbo iba a tomar
su vida tras ese día, y una llamada inadecuada podía perjudicarla.
— De acuerdo, firme aquí y ya tiene la llave de su
habitación.
—¡Gracias! — contestó con una leve sonrisa,
mirando fijamente al joven recepcionista a los ojos.
En cuanto llegó a su habitación, lo primero que hizo fue
observar las maravillosas vistas al parque. Corrió las cortinas y unos tenues
rayos de sol invernales se apresuraron a iluminar la habitación. Dejó la maleta en el sillón que estaba junto
a la gran cama, cubierta con un precioso edredón dorado y con un cabezal de
igual color, que parecía propia de la realeza.
Se dirigió al cuarto de baño y se quedó encantada con la
gran bañera que había en su interior. Volvió a la habitación y cuidadosamente
se desprendió de su chaqueta, colocándola delicadamente en una percha, dentro
del armario.
Se tomó unos instantes para relajarse y pensar si realmente
deseaba estar allí y no. Levantó la mirada, se vio frente al espejo, y tras sonreírse
a sí misma, asintió con la cabeza. Ya era hora de dejar atrás una vida que no
le pertenecía, un amor que nunca la valoró, un trabajo mediocre y sin
satisfacciones, además de todas esas amigas, solas, singles, aburridas, llenas
de recuerdos y sin futuro.
Con coquetería abrió su blusa, dejando entrever el sujetador
de encajes color hueso. Disfrutaba con la mirada clavada en el espejo, mientras
se desvestía. Se imaginaba que alguien la estaba observando tras el cristal, y
sonreía con coquetería. Colocó la blusa y el sujetador sobre el sillón. Ahora
llegó el turno de la falda ceñida a su cintura; abrió delicadamente la
cremallera y se la quitó como si fuese una “streapteaser”. Cuando llegó el
momento de quitar sus bragas, estas estaban ya húmedas… Mordió su labio superior, cerró sus ojos y, se
imaginó una boca devorando su cuello.
Al instante fue consciente de que aún tenía puesto sus
enormes tacones, esos que tanto le gustaban porque le hacían contonear sus
caderas con mucha coquetería. Se los quitó y se dirigió descalza hasta el
cuarto de baño.
Llenó la bañera de agua tibia y mucha espuma, mientras en su
mente iba imaginando el encuentro con el que llevaba tiempo soñando. Se introdujo dentro del agua, cerró los ojos
y…
No sabía cuánto tiempo había
pasado, quizás sólo 10 ó 15 minutos, pero había conseguido relajarse. Aquél gel
con aroma a rosas la había transportado a su juventud, apenas 16 añitos, cuando
alguien -quizás el chico más tímido de la clase-, le dejó una perfumada rosa roja sobre su mesa,
junto a un poema escrito en una especie de pergamino (un folio coloreado y quemado
por sus bordes) con tinta china, que
según recuerda decía algo así:
No sé cómo olvidar tu
cálida mirada
ni tus carnosos labios
que ansío probar.
No sé, amor, como no
pensar en ti,
cada día, a cada instante, con cada suspiro.
No sé, no sé, no sé…
Pues me paso el día
soñando con tu boca,
recreándome en tu
recuerdo,
soñando tenerte en mis
brazos,
y tú siquiera me has
visto, ni sabes quién soy.
El menos que tú imaginas
es quien más te ama.
Algún día, estoy
seguro, sonreirás junto a mi pecho.
Nunca supo quien fue, aunque imaginaba
que Carlos, un joven alto, lleno de granos y un vozarrón que la hacía reír por
su rudeza, era el autor de semejante mensaje; a pesar de su aspecto rudo, le
intuía una persona muy sensible.
¿Qué habrá sido de él? Había
continuado el contacto con algunos de sus compañeros de clase de entonces, pero
de este joven no sabía nada desde hace años.
De repente el sonido de su móvil
la trae de vuelta a la realidad. El sonido es muy tenue, pues aún está en su
maleta. Sabe que no llegará a tiempo de coger la llamada; no le importa.
Nota como la piel de sus manos se
ha arrugado un poco y decide salir ya del agua. Se pone de pie y aún en la
bañera se ve reflejada en el espejo que está justo en frente; se sonríe, se
siente feliz. Sabe que llegó el momento de un punto y final, o quizás, un punto
y aparte, pero que es ella quien lo va a decidir.
Deposita con delicadeza su pié
derecho sobre la alfombra y comienza a secar su piel lentamente, recreándose en
cada pequeña superficie, mientras tararea “Hotel California” (http://www.youtube.com/watch?v=jIPu92RddRA).
Una vez que se ha secado comienza a hidratar su piel con una olorosa crema
hidratante, ¿se imaginan el aroma, no?, a la vez que tararea:
— Well
come to the hotel “Carrion”…
Hacía mucho tiempo que no se sentía
tan feliz. Se sentía como una adolescente el día de su primer baile de
instituto.
Una vez que había terminado
de masajear y acariciar su escultural
cuerpo, se dirige al dormitorio; allí abre la maleta negra que dejó depositada
sobre el sillón mientras su mirada se dirige a una bolsita rosa, desde la que
saca un minúsculo tanga color burdeos.
Se sienta sobre la cama y
comienza a introducirlo por sus piernas, mientras continúa tatareando la misma
canción y pensando en quién será el desconocido con el que ha quedado en aquel
hotel. De repente recuerda la llamada telefónica. Termina de colocar la minúscula
prenda al final de sus largas piernas y se dirige nuevamente a la maleta para
coger su teléfono móvil y ver quién la había llamado.
Con el aparato en la mano,
comprueba que no tiene ninguna llamada perdida. De repente sonríe de forma
picarona:
— Ha
sido “él”; me ha llamado al número que sólo utilizo para nuestras charlas.
¡Cómo no me di cuenta! Le dejé el mismo sonido para que nadie sospechase si se
me quedaba alguna vez encendido, y esta vez he sido yo la que ha “picado” —
pensó.
Depositó el teléfono en el cajón
de la mesilla de noche y tomó el sujetador en las manos. Se lo colocó
ávidamente, e instantes después, frente al espejo, recolocó sus senos, con los
pezones apuntando directos, al frente, “empitonados”, deseosos de la llegada de
ese amante desconocido.
— “Bip”
— sonó la llegada de un mensaje.
Esta vez no tenía dudas, se
acercó de nuevo al sofá y tomó el pequeño teléfono que estaba escondido en un
lateral. Lo abrió con ansiedad y fue a mirar el mensaje que acababa de entrar:
<<Ya estoy en la recepción.
¿Quieres que suba ya? ¿Espero a la hora acordada? ¿Acaso no te has atrevido a
venir?>>
Miró al frente y sonrió. Aún
estaba a tiempo. Pero no, no deseaba volver atrás, a su monótona vida. Sabía
que esa tarde iba a marcar un antes y un después en su vida.
<<Te espero. A la hora
acordada. La copia de la llave la puedes
pedir en recepción. Habitación 555, sr. Gutiérrez>> Esa fue su
contestación.
Se dirige de nuevo al cuarto de
baño y seca su dorada cabellera. No se esmera demasiado, pues le gusta llevar
el pelo muy libre…
De repente, sus piernas
temblaban. Le quedaban apenas 15 minutos para salir corriendo o decidir qué
hacer y cómo pues no sabía aún con quien
había quedado, quien era ese desconocido del que se había hecho amigo hacía ya
más de un año a través de una red social.
Todas las noches conectaban a la
misma hora, se contaban cómo les había ido el día, compartían gustos musicales,
por lo que era normal que ambos estuviesen escuchando la misma canción a la
vez, e incluso se dedicaban poemas, unas veces de autores conocidos, como
Bécquer o Neruda, otras de algunos escritores nóveles, como Frank Spoiler o
Miren E. Palacios, u otros. Era el momento más esperado del día, por fin había
encontrado alguien a quien le importase su vida, con quien compartir las emociones
que le inundaban el alma.
Hacía ya años que su esposo “yacía”
en el sofá. Llegaba tarde y cansado; a veces del trabajo y llegaba con apetito,
cenaba pronto y tras las noticias, acompañaba a las películas de la tele con su
ronquido infernal; otras llegaba del bar, en el que había estado tomando unas
copas con los amigos, pero oficialmente era “del trabajo”, y llegaba “sin
hambre”. Ella se enojaba cuando había estado esperando por él, con la mesa puesta y llegaba tarde de “su
oficina”, como le solía decir con retintín.
De repente sus piernas temblaban
al unísono…
—Algo
he de hacer, no quiero que me vea el rostro. Nunca se sabe quién puede ser, si
le conozco o no… Si su rostro es agradable o no… Sólo le he visto el alma…
Bueno, siendo realistas, la parte de su personalidad que me ha querido mostrar,
pero nunca se sabe quién puede esconderse tras un perfil del facebook —pensó.
No era el momento de echarse
atrás. Había llegado demasiado lejos. Algo se me tiene que ocurrir… Lo mejor es
que no nos veamos.
Rápidamente tomó una silla y
desenroscó las bombillas de la lámpara del techo y la de la mesa de noche de la
entrada. En la que quedó a la izquierda, colocó un pañuelo traslúcido,
casualmente también con tonos dorados, que traía cubriendo su cuello. Cerró las
cortinas y comprobó que la estancia estaba casi a oscuras, sólo se veían
reflejos y sombras.
Tomó su perfume favorito,
pulverizó un poco en su nuca, a su espalda, a la altura de su ombligo y en sus
muñecas, sólo unas gotas en cada lugar, pues a pesar de que la fragancia era
muy suave, no quería que el aroma resultase desagradable.
Ya está metida en la cama cuando
escucha en la puerta un leve “toc, toc”. De repente siente unas enormes ganas
de ir al cuarto de baño.
— No,
ahora no es el momento— se dijo, aterrorizada.
De repente tatareó “Well come to
the hotel Carrión…“, y sonrió pensando
en todas esas charlas compartidas, y el deseo que tenían ambos desde hace mucho
tiempo de verse, tocarse, sentirse… Era algo compartido, era algo que ambos
sabían que un día u otro iba a suceder.
(Imagen tomada de internet, autor desconocido)
Tercer capítulo:
En el pasillo de la quinta planta
del hotel Carrión un hombre, de unos cuarenta y pocos años, titubea ante la
puerta 55. Tiene una tarjeta que le permitirá abrir la puerta que se encuentra
ante sí en su mano. Mueve el rostro de un lado a otro, como quien dice que “no”
a algo.
— No
puede ser ella. Es imposible, han pasado demasiados años. Sería un milagro —
dijo para sí.
Se dio la vuelta y pulsó el botón
del ascensor. Su corazón latía con tanta fuerza que parecía que se trataba de
una manada de caballos desbocados. Abrió su cartera y miró la foto que se encontraba
en su interior, era una muchacha con una preciosa trenza. La foto estaba muy
gastada, tanto por los años, como por las veces que la había recorrido con la
mirada, preguntándose dónde podría estar, en brazos de quién, si era feliz…
hasta hace algo más de un año, que la reconoció en un comentario que hizo a una
amiga en común.
Él era una persona muy tímida, le
costaba hacer amigos en su vida privada. Sí, sólo en su vida privada, pues en
la vida pública era una persona bastante conocida. Desde su juventud fue bastante ambicioso,
deseaba tener su propia empresa, no estar “gobernado” por nadie, y no sólo
soñaba con eso, sino con poder disfrutar esa libertad junto a su gran amor, esa
chiquilla tan extrovertida que le traía de cabeza. Era una chica que siempre
andaba rodeada de amigos, sonreía con mucha frecuencia, tenía éxito en los
estudios… alguien a quien él amaba en secreto, pero nunca se decidió a confesar
su amor.
—Bueno,
no es tan cierto. Una vez me atreví, le regalé una rosa y uno de los poemas que
le había escrito. Estaba tan feliz, que no me atreví a decirle que era yo, el
largucho y feucho de la clase. Todos se hubiesen burlado y ella habría perdido
esa sonrisa tan especial — pensó, mientras llegaba el ascensor
—.Si he podido
tener éxito en mi vida profesional, ¿por qué no en el amor? Llevamos un año compartiendo pensamientos,
ilusiones, sueños… deseándonos las buenas noches… ¿por qué no…?...Dios mío… ¿por
qué no?
Respiró profundamente, hasta que
notó que su estómago tapaba las puntas de sus zapatos…
Tras armarse de valor dio media
vuelta y sacó nuevamente la tarjeta del bolsillo, mientras se dirigía a la
puerta número 55.
Notaba como sus piernas volvían a
temblar, pero esta vez, era su corazón quien mandaba, no su miedo.
Como pudo abrió la puerta. La
habitación estaba en penumbra. Aún seguía sintiendo ganas de salir corriendo;
temía que fuese una broma.
— ¿Y
si ella sabía quién se escondía tras el
perfil de “Juan Sin Nombre” y me
estaba gastando una broma? ¿Y si no es ella y ha enviado a alguien en su lugar?
¿Y si a pesar de los mensajes, aún está a kilómetros de distancia? — Cientos de
preguntas se agolpaban en su mente, pero él ya estaba decidido.
Nada más entrar, aspiró el
delicioso aroma a rosas, y se tranquilizó. Sabía que a ella siempre le encantó
ese aroma. No podía ser otra. No era una broma. Pero…
—¿Dónde
se habrá metido? — se preguntó mientras intentaba dar con el interruptor para
encender la luz.
— No
te molestes, no quiero que aún me veas — Se escuchó desde el fondo de la
habitación.
— ¿Dónde
estás? Eres muy traviesa… ¿por qué no quieres que te vea? — preguntó con una
curiosidad casi infantil.
— Siento
mucha vergüenza. Es la primera vez en mi vida que hago algo así. Aún ni me lo
creo, parece que no me sucede a mí,…— contestó la joven con timidez.
— No
te preocupes —contestó “Juan Sin Nombre”— no harás nada que no desees.
Seguidamente cerró la puerta y se
dirigió hacia donde había escuchado la voz. Sus pupilas comenzaron a dilatarse
y ya podía visualizar la silueta de ella, tapada hasta los hombros con una sábana. Se sentó en un lateral y la
saludó:
— Hola,
¿qué tal estás?— Por unos instantes el silencio le pareció eterno.
— Bien,
¿Y tú?... Bueno, para ser sincera, algo nerviosa — contestó con voz pausada, y
a la vez una ligera timidez.
—Yo
también estoy nervioso. No pensé que fueses a venir. Después de planearlo,
primero en broma y al final con una ilusión tremenda, pensé que todo había sido
un sueño de mi imaginación, y que tal vez tú…—comentaba, mientras intentaba
encontrar su mirada en la penumbra de aquella habitación.
— Yo…
también soñaba con ello. Todo lo que te he comentado ha sido en serio. Espero
que tú también, que tú también hayas sido honesto conmigo…Me lo he jugado todo
por conocerte.
—Igual
has jugado… y ganado. No siempre se pierde. Espero que a mi lado te puedas
sentir ganadora — comentó con cierta alegría en su voz—. ¿Puedo tocar tu mano…?
—dijo tímidamente.
Ella extendió su mano derecha
hacia él, que la tomó entre las suyas, la acarició por un instante y la llevó
ante sus labios, comenzando a besarla.
El escalofrío que recorrió el
cuerpo de la joven hizo que volviese a sentir ganas de salir corriendo, huyendo
de las sensaciones que estaba comenzando a sentir y que en su memoria se
hallaban ya demasiado lejanas. Hacía años que no disfrutaba haciendo “el amor”
con su marido, pues en el fondo había llegado a ser casi una obligación. No
quería pensar en él… Ahora era su momento.
De pronto sintió como los besos se iban extendiendo por la parte interior de su brazo, lentamente… a la vez que escuchaba como la respiración de su desconocido amante se aceleraba a la vez que la suya propia. Sin apenas darse cuenta ya estaba besando sus hombros…
— Esto
es mucho más hermoso de lo que esperaba— pensó el joven, que mientras
continuaba besando el cuello de su amor de adolescencia intentaba desprenderse
de su ropa—
Pronto calló su chaqueta al suelo, acompañada de la
corbata instantes después… Los zapatos ya no recordaba ni donde habían caído…
Sintió como los brazos de ella se
aferraban a su cuello, a la vez que comenzaba a
sentir sus carnosos labios en su frente.
— Eres
tal y como te imaginé: alto, fuerte, cariñoso… Me gustas muchísimo. Esto es una
locura… —Mientras una parte de sí la boicoteaba. Nunca había hecho nada
inapropiado. Era una señora de los pies a la cabeza… y una infeliz de la cabeza
a los pies.
Sin darse cuenta ya estaba
mordisqueando la barbilla de aquel desconocido. Comenzó a desabrochar los
botones de su camisa… Allí estaba su mullido pecho, tal y como le gustaba, con
algo de bello, donde poder apoyar la cabeza. Esto la excitó aún más, y comenzó
a buscar su boca, que se hallaba deleitándose un poco más debajo de sus hombros…
La profundidad que sintió en
aquella boca la hizo desbocarse. Su lengua se volvió serpentina, no paraba de
girar, moverse de un lado a otro en aquella húmeda cavidad, mientras era
correspondida por la de él. Parecían dos serpientes enredadas, donde ninguna
estaba dispuesta a soltar a la otra. En
un instante, casi sin darse cuenta, comenzó a mordisquear sus labios, mientras
su respiración se volvía gemidos. Poco a poco se iban enredando, cuerpo a
cuerpo… La camisa ya estaba lejos, no sabía dónde había caído.
Sus manos, como alegres mariposas,
posaron sobre su cinturón. Él encogió su vientre para facilitar que lo pudiese
abrir en un santiamén. No recordaba estar tan excitado desde hacía mucho
tiempo. Una vez sintió que tenía el pantalón desabrochado, se puso de pié y se
lo quitó, casi sin pestañear.
Se sintió en calzoncillos y
calcetines, se sintió algo ridículo por un instante, y se alegró de estar en la
penumbra. Se quitó los calcetines y se metió en la cama, sólo con unos slips
que encarcelaban su miembro.
Ella estaba agitada, sudorosa…
Terminó por retirar la sábana y fundirse junto a su amor secreto en un abrazo. Él
la atrapó entre sus fuertes manos, dio un giro y de pronto ella se quedó sobre
él, sobre un volcán a punto de erupcionar…
(Imagen tomada de internet, autor desconocido)
(Imagen tomada de internet, autor desconocido)
Cuarto capítulo:
Dos corazones a punto de salir
del pecho que los contenía, dos almas a punto de conectar… ¿Era esta la primera
vez que estaban juntas? Parecía imposible que en un primer encuentro se pudiese
sentir con tanta profundidad, desear a la otra persona “hasta el infinito”, tal
como estaba sucediendo, sin que nada más importase, sin ser el de ser feliz y
hacer feliz al alma que estaba al lado.
Ambos seguían comiéndose a besos,
mejor dicho, devorándose mutuamente…
Él acariciaba su espalda, lo que
en un principio fue dulzura, ahora casi parecía brusquedad, debido a la pasión que estaba sintiendo. De pronto
notó como ella introducía sus dedos dentro de su ropa interior, permitiendo que su eréctil miembro saliese de
aquella cárcel de algodón.
—¡Uy!,
¡Vaya sorpresa más agradable! —dijo la mujer mientras acariciaba aquel miembro,
y notaba que estaba a punto de estallar. Se movió hacia un lateral y comenzó a
darle pequeños besos en el glande.
Pronto ya era su lengua la que
lamía con devoción la cabeza que acababa de emerger de aquel escondrijo.
Él no paraba de gemir, estaba a punto de alcanzar
el climax, pero sabía que en ese instante se la estaba jugando… Era un momento
decisivo también para él. Si no la hacía disfrutar podría ser su primera y
última vez. A pesar de desear con todas
sus fuerzas correrse en su boca, la tomó por las mejillas, y comenzó a besarla de nuevo; primero sus
labios, luego su cuello… rozando su leve barba por su pecho… hasta llegar a sus
pezones, donde se distrajo durante un buen rato.
Recordó aquellos versos de
Neruda, que tanto disfrutó en su juventud:
<< Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
¡Ah los vasos del pecho! ¡Ah los ojos de ausencia!
¡Ah las rosas del pubis! ¡Ah tu voz lenta y triste! >>
Él, cada noche los repetía, siempre soñando con ella,
siempre imaginando que un día tendría esos pechos a su alcance. Ahora era el
momento, y por supuesto, no podía fallar…
El recuerdo avivó mucho más su pasión, devorando sus pezones como una pantera
negra. Eran tal cual los había imaginado, grandes y duros, sabrosos y
juguetones…
Ella no paraba de gemir y retorcerse de placer. Continuó
comiéndose su piel a besos, bajando lentamente, a la vez que con pasión, por
uno de sus costados. Al paso de la lengua del joven por su piel, más se
retorcía, parecía que llegaba al clímax una y otra vez, su piel se erizaba cada
dos por tres, y no podía parar de jadear…
Él tomó sus muslos entre sus fuertes manos, los acarició
hasta llegar a la rodilla y los entreabrió, lentamente, no sin observar una
pequeña resistencia por parte de ella…
—Si quieres, podemos parar
aquí. Podemos hablar, acariciarnos… no hace falta seguir si no lo deseas —comentó “Juan Sin Nombre”.
—Por favor… sigue… —
consiguió gemir ella.
— Si no lo deseas ahora,
habrá otro momento.
— No, el momento es hoy…
ahora… te deseo ahora… — contestó la mujer con rotundidad— Te deseo en mis
entrañas…
Las piernas ya estaban abiertas y él se
apresuró a acariciar con el interior de su boca aquel pubis sediento de amor,
sediento de placer… sediento de sexo.
A él no sólo le estaba gustando su sabor,
sino también su olor… el olor de sus entrañas — tal y como ella nombró—.
Durante muchas noches, en soledad, había imaginado esa escena. Lo que nunca
imaginó fue lo erecto que iba a encontrar su clítoris; comenzó a juguetear con
él, suavemente…
— Por
favor, te necesito ya…— dijo ella entre fuertes gemidos de placer.
Él se incorporó, la abrazó,
comenzó a acariciar sus cabellos con un dedo, a la vez que buscaba su mirada en
la penumbra… y casi en un suspiro, la
penetró, mientras ella iba acomodando
sus caderas a las de él.
Al instante siguiente ambos
trotaban hacia un cielo más placentero…
Gimiendo, gimiendo… y al orgasmo
llegando…, como si de la melodía de una canción se tratase, como si estuviesen sobre una mecedora, en el mismo cielo...
Instantes después ambos sintieron
cierta vergüenza por si alguien les había visto, les había escuchado…, pero
este sentimiento sólo duró unos segundos, pues desde que se miraron a los ojos su meta fue el placer de la persona que que tenían a su lado.
Cuando acabaron, se fundieron en
un abrazo tan fuerte que parecía que ambos corazones habían encontrado el mismo compás.
Él tomó la sábana y la cubrió,
despacio, a la vez que la acariciaba. Volvió a abrazarla y ambos quedaron dormidos,
extasiados, bajo una cobertura de algodón e impregnados de la pasión que
acababan de vivir.
Unas horas más tarde él despierta y se ve solo en la cama:
— ¿Qué
ocurre? ¿Estará en el cuarto de baño? — pensó.
Intentó encender la luz. No
pudo. En la penumbra se acercó a la
puerta del baño, la abrió, pero allí sólo encontró unas toallas revueltas. Se
sintió solo, desnudo…y más triste que nunca. La tuvo junto a las yemas de sus
dedos… pero su amor no logró atravesar su corazón.
Una enorme melancolía se enfundó
sobre su alma; una lágrima a punto de escapar, que fue abordada por un dedo
inquieto y tembloroso.
—¡Bip!
— era el sonido de un mensaje que acababa de llegar a su móvil:
<<Gracias, amor. Me has dado la mayor felicidad en muchos años. Estoy
segura de que nos volveremos a ver pronto. Necesito digerir esto que me está
pasando. Siento que te conozco… y a la vez me muero de miedo.>>
Una sonrisa se dibujó en su
rostro, la felicidad quitó toda sombra de tristeza. Sí, había conseguido arañar
un poco su corazoncito. Estaba seguro de que algún día, aquel corazón de niña
adolescente sería suyo, u esta vez latiendo como el de una mujer enamorada.
Nota del autor: No es que me olvidase del
nombre de ella, es que ella… puedes ser tú misma.
O tal vez tu amada, “Juan Sin
Nombre”, si eres tú quien me lee.
© Irene Bulio